miércoles, 19 de mayo de 2010

La Piedra Movediza (Argentina)

La Piedra Movediza, interesante fenómeno de la naturaleza, se hallaba sobre el lomo de una sierra del sistema del Tandil, en la provincia de Buenos Aires, uno de los dos que integran la orografía bonaerense. Constituía, con su eterno vaivén, el atractivo más grande para los turistas que hasta el 29 de febrero de 1912 llegaban hasta las afueras de la ciudad de Tandil.

En efecto, y sin que hasta la fecha exista una explicación satisfactoria, ese día, la piedra que hacía milagros de equilibrio se derrumbó con estrépito y como un coloso herido de muerte cayó al vacío, despedazándose.

"En tiempos remotos, el Sol y la Luna fueron dos esposos gigantes, creadores de La Pampa. Luego que sembraron de pastos y flores la sabana; que hicieron brotar las lagunas, y crearon los animales y los hombres, tornáronse al cielo, de donde habían bajado.

Como prenda de alianza con sus hijos, el Sol siguió enviándoles su luz de día, y la Luna derramando la suya de noche, sobre la Tierra.

Así pasaron años, siglos, edades, pero una semana, los hombres notaron algo anormal en el Sol, le vieron palidecer, casi extinguirse: era que un puma (león de la pampa) gigantesco y alado le acosaba por la inmensidad de los cielos y por ello los más hábiles guerreros de la pampa decidieron atacar al puma con sus flechas.

Una de éstas dio en el blanco, traspasando al puma, que cayó en la tierra con el vientre atravesado y la flecha saliendo por el espinazo. El monstruo, en su agonía, daba rugidos tan terribles que ninguno osaba acercarse a rematarlo.

El Sol entre tanto, había recobrado su apariencia risueña, regalaba a sus hijos con la mejor luz, y, a la hora de costumbre se ocultó.

Salió la Luna, y como viese al puma aún con vida le fue tirando piedras para ultimarlo; tantas en número que se amontonaron formando una sierra: la Sierra del Tandil.

La última piedra cayó sobre la punta de la flecha, y en ella quedó clavada, tal como los conquistadores del desierto la tenían ante su vista.

Pero el puma aunque enterrado, no estaba muerto. Al apuntar los primeros rayos de la aurora, se estremecía de rabia, se movía como si quisiera atacar de nuevo al Sol, y hacía oscilar la piedra que coronaba la flecha, siguiendo la dirección del astro".

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