martes, 18 de mayo de 2010

El nancital (Nicaragua)

Fue abajo de Acoyapa, muy abajo. Y hace ya de esto mucho tiempo, mucho tiempo. A algunas leguas de lo que hoy es San Ubaldo, había un pueblo. No era un pueblo, tan sólo un caserío, pero tenía plaza y cabildo, hermosas casas de madera y una iglesia, Sí, había iglesia hecha de adobes, con bonito campanario sin campanas en el que los niños, jugando, hacían alegres alharacas.

No había cura. Dos veces al año se celebraba misa cuando llegaba un padre de Granada y era de ver cómo la gente piadosa llevaba sus niños al bautismo y cómo los hombres fuertes y sencillos se confesaban. El Día de Corpus era el día grande. Corpus es el recuerdo del misterio más alto de la Iglesia: el pan y el vino que se hacen el cuerpo de Cristo.

Hoy es jueves, Jueves de Corpus y la pequeña cálida iglesita está repleta. sobre la mesita humilde el ara santa y sobre ella el cáliz y la hostia que esperan el milagro. Los hombres hablan en voz baja. Las mujeres, con sus rebozos anchos se cubren la cabeza y los niños molestan. El cura sale con su casulla blanca, hacia el altar, juntas las manos y el pueblo se arrodilla. Es entonces que se oye la voz de un niño:

-¡El amigo del diablo! ¡Ahí está el amigo de diablo!

Ahí, al fondo, semioculto tras las pilas del bautismo, estaba don
Ildefonso. Vivía apartado en la montaña, se reía de las cosas de Dios y
se dedicaba a la hechicería. Que tenía pactos con el diablo era el decir
de la gente y ese pacto logró muchas veces que muchos se sanaran de
graves enfermedades. ¿Era bueno? ¿Era malo? ¡Era amigo del diablo,
el lo decía cuando hacía milagros!

-¡El amigo del diablo! ¡El amigo de Satanás!

El sacerdote se volvió de cara a los fieles y buscó con sus ojos al raro
visitante, pero no había nadie!

-¡Padre! -gritaron las mujeres-. Era él. Todos le vimos. Ese es el
hechicero que niega a Dios y que bendice al diablo.

El cura alzó los brazos hacia el cielo y dijo casi gritando:

-¡Cristo vive! ¡Cristo reina! ¡Cristo impera!

Y se oyó, entonces, un estrépito terrible. Saltaron por los aires el copón
y el cáliz, saltó el techo como si fuera de hojarasca y la gente,
espantada perdió el sentido.

Sólo los niños que estaban jugando en el vacío campanario se salvaron.
Despavoridos, corrieron a la playa y se montaron en un bote para remar
aguas adentro. Los niños estaban asustados, estaban enloquecidos.
Sobre las olas del Gran Lago vieron clarísima la estampa del demonio:

-¡Don Ildefonso: -gritaron-. ¡El hechicero es el hijo del diablo!

Sonó una carcajada como un trueno que se metió en el monte y los
desdichados niños del bote se volcaron. Todo niño de Chontales sabe
muy bien nadar. Pero ¿cómo nadar contra las poderosas fuerzas del
infierno? ¿Qué se hizo el cura? ¿Qué se hizo el pueblo?

Los niños comenzaron a nadar, pero la fuerza mágica del diablo los hizo
tierra, los hizo polvo, los hizo islas. Desde entonces aparecieron en el
Lago las islas de El Nancital.

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