Aquí Dolores Rondón- finalizó su carrera- ven mortal y considera-
Las grandezas cuáles son:
El orgullo y presunción- la opulencia y el poder- todo llega a fenecer
Pues solo se inmortaliza- el mal que se economiza- y el bien que se puede hacer.
De inmediato, y hasta nuestros días, la curiosidad comenzó a tejer la historia, desmentida por recientes investigaciones, pero una vez convertida en leyenda, forma parte de las tradiciones, del patrimonio camagüeyano.
Dicen que Dolores Rondón era una bella criolla, con gracia y picardía, muy alegre, que llegó a ser orgullo del barrio donde vivía, algunos aseguraron que era hija de un catalán, propietario de una tienda mixta, y una mulata criolla.
Cerca de la casa de Dolores había una barbería que tenía por dueño a un joven mulato, que además de barbero era un polifacético buscador de vida, nombrado Francisco Juan de Molla y Escobar, quién estaba locamente enamorado de la joven, la que a cambio le prodigó todo tipo de desplantes, desprecios y repulsas.
La niña Dolores se casó con un oficial español lo que la hizo elevar su distinción social, cosa que no duró mucho pues el esposo murió tempranamente, quedando la joven prácticamente en el anonimato.
Años después alguien la identifica entre las enfermas de El Carmen, hospital para mujeres existente en la ciudad, y al conocer del grave estado de la amada, el barbero Francisco se hizo cargo de ella hasta el momento de su muerte.
De pobre fue el entierro, de pobre es la sepultura, y los lugareños le achacan las rimas del epitafio al desafortunado galán.
Desde entonces, todo el que llega al lugar donde se dice que reposan los restos de Dolores, quedará envuelto por el misterio de la leyenda y la fragancia del pequeño ramo de flores que acompañan a la cruz y al epitafio.
Fuente: http://cjaronu.wordpress.com/category/mitos-y-leyendas-cubanas/
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