(Leyenda de Tierra del Fuego)
Todos los años en la primavera, las jóvenes mujeres onas se juntaban en una choza especial, para la importante fiesta llamada “yincihaua”. Acudían desnudas, con el cuerpo pintado y en sus rostros máscaras multicolores. Tenían gran imaginación para hacerse hermosos dibujos geométricos, que representaban los distintos espíritus que viven en la naturaleza. Ellos les daban los poderes que ejercían sobre los hombres.
Ese día una de las niñas tomó con mucho cuidado un poco de tierra blanca y empezó lentamente a trazar las cinco líneas que pensaba pintar desde su nariz hasta las orejas. Las otras jóvenes trataron de imitarla, ya que las figuras en el rostro eran muy importantes.
La fantasía de cada una se echó a volar y se pintaron de arriba abajo con armoniosas figuras. Unas a otras se ayudaban, pero para no ser reconocidas, se pusieron en sus rostros unas máscaras talladas. Blanco, negro y rojo eran los colores preferidos. En un momento dado, cuando ya estaban todas preparadas, salieron de la choza con grandes chillidos y mucho alboroto para asustar a los hombres que las esperaban afuera.
La bulliciosa ceremonia se encontraba en su apogeo y todos daban gritos, cuando sobre el tremendo ruido reinante se escuchó una fuerte discusión entre el hombre sol y su hermana, la mujer-luna.
-Yo no te necesito- insistía con altivez la luna.
-Sin mí, no puedes vivir- le contestó sarcástico el sol.
-Perdería mi brillo quizás, pero seguiría viviendo.
-Sin el brillo que yo te doy no vales nada.
-No seas tan presumido, hermano sol.
-Tú deberías ser más humilde, hermana luna.
Y así siguieron la disputa como dos niños chicos. Todos los hombres se pusieron de parte del sol y las mujeres apoyaron a la luna. La discusión fue creciendo, creciendo y ni siquiera el marido de la mujer luna, que era el arcoiris o “akaynic”, pudo lograr que la armonía volviera a reinar entre la gente de la tribu.
De pronto, un gran fuego estalló en la choza del “yincihaua”, donde las mujeres habían ido a buscar refugio cuando la pelea se hizo más fuerte. Allí estaban encerradas cuando las alcanzaron las llamas.
Aunque el griterío fue inmenso, ninguna logro salvarse. Todas murieron en el incendio. Pero se transformaron en animales de hermosa apariencia, según había sido su maquillaje. Hasta hoy mantienen esas características y las podemos ver, por ejemplo, en el cisne de cuello negro, en el cóndor o en el ñandú.
Afortunadamente ellas nunca supieron lo que había sucedido. Les habría dado mucha pena, porque fueron los propios hombres los que prendieron el fuego. Es que tenían envidia del poder que en el comienzo de los tiempos ostentaban las mujeres, y querían quitárselo.
Después de este penoso episodio, la mujer-luna se fue con su esposo “akaynic” hasta el firmamento. Detrás de ellos, queriendo alcanzarlos, se fue corriendo el hombre-hermano-sol, pero no pudo lograrlo.
Todos se quedaron, sin embargo, en la bóveda celestial y no volvieron a bajar a las fiestas de los hombres.
Fuente: Del Libro “El Mundo de Amado”. Leyendas de Tierra del Fuego. Lucía Gevert.
Gentileza Ser Indígena
lunes, 7 de junio de 2010
El origen del Calafate (Chile)
(Leyenda de Tierra del Fuego)
Hubo un tiempo en que las hojas del bosque eran siempre verdes. En ese entonces el joven selk’nam Kamshout partió en un largo viaje para cumplir con los ritos de iniciación de los klóketens.
El joven iniciado tardó tanto en volver que el resto del grupo lo dio por muerto.
Cuando nadie lo esperaba, Kamshout volvió completamente alterado y empezó a relatar su sorprendente incursión en un país de maravillas, más allá en el lejano norte.
En ese país los bosques eran interminables y los árboles perdían sus hojas en otoño hasta parecer completamente muertos. Sin embargo, con los primeros calores de la primavera las hojas verdes volvían a salir y los árboles volvían a revivir.
Nadie creyó la historia y la gente se rió de Kamshout quien, completamente enojado, se marchó al bosque y volvió a desaparecer.
Luego de una corta incursión por el bosque, Kamshout reapareció convertido en un gran loro, con plumas verdes en su espalda y rojas en su pecho. Era otoño y Kamshout -a partir de entonces llamado Kerrhprrh por el ruido que emitía, volando de árbol en árbol fue tiñiendo todas las hojas con sus plumas rojas. Así coloreadas, las hojas empezaron a caer y todo el mundo temió la muerte de los árboles. Esta vez la risa fue de Kamshout.
En la primavera las hojas volvieron a lucir su verdor, demostrando la veracidad de la aventura vivida por Kamshout.
Desde entonces los loros se reúnen en las ramas de los árboles para reírse de los seres humanos y así vengar a Kamshout, su
antepasado mítico.
Fuente: Cuentos y Leyendas Americanas.
Gentileza Ser Indígena
Hubo un tiempo en que las hojas del bosque eran siempre verdes. En ese entonces el joven selk’nam Kamshout partió en un largo viaje para cumplir con los ritos de iniciación de los klóketens.
El joven iniciado tardó tanto en volver que el resto del grupo lo dio por muerto.
Cuando nadie lo esperaba, Kamshout volvió completamente alterado y empezó a relatar su sorprendente incursión en un país de maravillas, más allá en el lejano norte.
En ese país los bosques eran interminables y los árboles perdían sus hojas en otoño hasta parecer completamente muertos. Sin embargo, con los primeros calores de la primavera las hojas verdes volvían a salir y los árboles volvían a revivir.
Nadie creyó la historia y la gente se rió de Kamshout quien, completamente enojado, se marchó al bosque y volvió a desaparecer.
Luego de una corta incursión por el bosque, Kamshout reapareció convertido en un gran loro, con plumas verdes en su espalda y rojas en su pecho. Era otoño y Kamshout -a partir de entonces llamado Kerrhprrh por el ruido que emitía, volando de árbol en árbol fue tiñiendo todas las hojas con sus plumas rojas. Así coloreadas, las hojas empezaron a caer y todo el mundo temió la muerte de los árboles. Esta vez la risa fue de Kamshout.
En la primavera las hojas volvieron a lucir su verdor, demostrando la veracidad de la aventura vivida por Kamshout.
Desde entonces los loros se reúnen en las ramas de los árboles para reírse de los seres humanos y así vengar a Kamshout, su
antepasado mítico.
Fuente: Cuentos y Leyendas Americanas.
Gentileza Ser Indígena
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Mitos y Leyendas de Chile
Los Onas y las Unas (Chile)
(Leyenda de Tierra del Fuego)
Los Onas suponen que en las variadas fases de la luna hay seres ocultos enemigos de los hombres que les causan mayor pavor.
El engrosamiento gradual de la luna KRE les inspira gran miedo, porque creen que para engrosarse se alimenta de criaturas humanas, a las cuales les chupa la sangre que les causa la muerte.
De aquí que cuando llega el plenilunio hagan fiestas alrededor de grandes fogatas y bailan y gritan en algazara infernal durante toda la noche, celebrando él haber librado del peligro de muerte a sus hijos, que aman con mucha ternura.
Fuente: Cuentos y Leyendas Americanas.
Gentileza Ser Indígena
Los Onas suponen que en las variadas fases de la luna hay seres ocultos enemigos de los hombres que les causan mayor pavor.
El engrosamiento gradual de la luna KRE les inspira gran miedo, porque creen que para engrosarse se alimenta de criaturas humanas, a las cuales les chupa la sangre que les causa la muerte.
De aquí que cuando llega el plenilunio hagan fiestas alrededor de grandes fogatas y bailan y gritan en algazara infernal durante toda la noche, celebrando él haber librado del peligro de muerte a sus hijos, que aman con mucha ternura.
Fuente: Cuentos y Leyendas Americanas.
Gentileza Ser Indígena
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Mitos y Leyendas de Chile
El inicio del mundo (Chile)
(Leyenda Nortina)
Los vecinos de la sierra cuentan, desde Cupo a Socaire, desde las cumbres hasta el llano, que en un comienzo en el mundo todo era sólo noche, todo era sólo penumbras, como cuando la neblina invade la quebrada. Nada iluminaba la existencia de los hombres, quienes deambulaban por los cerros, las quebradas y las vegas en busca de esquivos alimentos. Dicen que la falta de calor y de luz impedía la germinación de las semillas, el crecimiento de las plantas; sólo existía lo que ya estaba allí.
La tierra comenzaba recién a adquirir su forma actual, aparecían los paisajes de volcanes y planicies, con su amplia gama de colores. El agua caía copiosamente; llovía y llovía. Ríos caudalosos descendían desde lo alto, gastando los cerros,
arrastrando grandes rocas con las cuales desgarraban el llano, abriendo profundas grietas.
"Saire", que significa agua de lluvia, frío, hambre y soledad eran los compañeros de algunos "antiguos", los cuales difícilmente lograban sobrevivir. Se ocultaban en cuevas existentes en lugares tan separados como en Socaire, camino a las lagunas, y en la quebrada del Encanto, cerquita de Toconce, donde suelen verse sus sombras en las noches sin luna, pero es necesario ir sin compañía hasta dichos lugares para poder apreciarlo.
De estos hombres se dice que los de la cuenca del río Salado murieron por no resistir la presencia del sol; y los del sector socaireño, debido a la intensidad de las lluvias, acompañadas con sus truenos y relámpagos.
De ellos sólo perduran sus pueblos destruidos y sus tumbas saqueadas. También, a medio camino entre Toconce y Linzor, sus grandes pies quedaron marcados sobre las blandas rocas de aquella época. Hoy es posible ver esos rastros allí donde quedaron definitivamente grabados por ejemplo en Patillón.
En Socaire, cuentan algunos vecinos, cuando "los abuelos" habían hecho los terrenos y las eras, llovió durante cuarenta días y cuarenta noches, y el agua corrió y corrió, después, quizás cuántos años, demoró en terminarse el agua.
La gente en ese entonces era muy tímida, vivían en los graneros. No tenían casas, tampoco tenían nombres porque no eran cristianos. Aunque no eran gente educada eran personas muy buenas que vivían inocentemente. Trabajaban la tierra, sin herramientas porque no conocían la picota, ni la pala ni el chuzo; sólo usaban una rama de árbol y la pura mano. Sin embargo, ¡fue tanto terreno el que trabajaron!...
Ellos le cantaban al agua y el agua les ayudaba en sus trabajos, corriendo de piedra en piedra para hacer los muros de esos largos canales que aún se ven. Sin embargo, después de la larga lluvia lo perdieron todo: los terrenos, los sembrados, la vida. Por eso ahora, nadie sabe cantarle al agua para que vuelva a brotar como antes, para que haya tantos sembradíos como antes, para que la gente sea buena e inocente, como antes.
Fuente: Del libro "Monitores Culturas Originarias". Área Culturas Originarias. División de Cultura. Mineduc.
Gentileza Ser Indígena
Los vecinos de la sierra cuentan, desde Cupo a Socaire, desde las cumbres hasta el llano, que en un comienzo en el mundo todo era sólo noche, todo era sólo penumbras, como cuando la neblina invade la quebrada. Nada iluminaba la existencia de los hombres, quienes deambulaban por los cerros, las quebradas y las vegas en busca de esquivos alimentos. Dicen que la falta de calor y de luz impedía la germinación de las semillas, el crecimiento de las plantas; sólo existía lo que ya estaba allí.
La tierra comenzaba recién a adquirir su forma actual, aparecían los paisajes de volcanes y planicies, con su amplia gama de colores. El agua caía copiosamente; llovía y llovía. Ríos caudalosos descendían desde lo alto, gastando los cerros,
arrastrando grandes rocas con las cuales desgarraban el llano, abriendo profundas grietas.
"Saire", que significa agua de lluvia, frío, hambre y soledad eran los compañeros de algunos "antiguos", los cuales difícilmente lograban sobrevivir. Se ocultaban en cuevas existentes en lugares tan separados como en Socaire, camino a las lagunas, y en la quebrada del Encanto, cerquita de Toconce, donde suelen verse sus sombras en las noches sin luna, pero es necesario ir sin compañía hasta dichos lugares para poder apreciarlo.
De estos hombres se dice que los de la cuenca del río Salado murieron por no resistir la presencia del sol; y los del sector socaireño, debido a la intensidad de las lluvias, acompañadas con sus truenos y relámpagos.
De ellos sólo perduran sus pueblos destruidos y sus tumbas saqueadas. También, a medio camino entre Toconce y Linzor, sus grandes pies quedaron marcados sobre las blandas rocas de aquella época. Hoy es posible ver esos rastros allí donde quedaron definitivamente grabados por ejemplo en Patillón.
En Socaire, cuentan algunos vecinos, cuando "los abuelos" habían hecho los terrenos y las eras, llovió durante cuarenta días y cuarenta noches, y el agua corrió y corrió, después, quizás cuántos años, demoró en terminarse el agua.
La gente en ese entonces era muy tímida, vivían en los graneros. No tenían casas, tampoco tenían nombres porque no eran cristianos. Aunque no eran gente educada eran personas muy buenas que vivían inocentemente. Trabajaban la tierra, sin herramientas porque no conocían la picota, ni la pala ni el chuzo; sólo usaban una rama de árbol y la pura mano. Sin embargo, ¡fue tanto terreno el que trabajaron!...
Ellos le cantaban al agua y el agua les ayudaba en sus trabajos, corriendo de piedra en piedra para hacer los muros de esos largos canales que aún se ven. Sin embargo, después de la larga lluvia lo perdieron todo: los terrenos, los sembrados, la vida. Por eso ahora, nadie sabe cantarle al agua para que vuelva a brotar como antes, para que haya tantos sembradíos como antes, para que la gente sea buena e inocente, como antes.
Fuente: Del libro "Monitores Culturas Originarias". Área Culturas Originarias. División de Cultura. Mineduc.
Gentileza Ser Indígena
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Mitos y Leyendas de Chile
El Tatu y su capa de fiesta (Chile)
(Leyenda Nortina)
Las gaviotas andinas se habían encargado de llevar la noticia hasta los últimos rincones del Altiplano. Volando de un punto a otro, incansables, habían comunicado a todos que cuando la luna estuviera brillante y redonda, los animales estaban cordialmente invitados a una gran fiesta a orillas del lago. El Titicaca se alegraba cada vez que esto sucedía.
Cada cual se preparaba con esmero para esta oportunidad. Se acicalaban y limpiaban sus plumajes y sus pieles con los mejores aceites especiales, para que resplandecieran y todos los admiraran. Todo esto lo sabía Tatú, él quirquincho, ya había asistido a algunas de estas fastuosas fiestas que su querido amigo Titicaca gustaba de organizar. En esta ocasión deseaba ir mejor que nunca, pues recientemente había sido nombrado integrante muy principal de la comunidad. Y comprendía bien lo que esto significaba... Él era responsable y digno. Esas debían haber sido las cualidades que se tuvieron en cuenta al darle este título honorífico que tanto lo honraba. Ahora deseaba íntimamente deslumbrarlos a todos y hacerlos sentir que no se habían equivocado en su elección.
Todavía faltaban muchos días, pero en cuanto recibió la invitación se puso a tejer un manto nuevo, elegantísimo, para que nadie quedara sin advertir su presencia espectacular. Era conocido como buen tejedor, y se concentró en hacer una trama
fina, fina, a tal punto, que recordaba algunas maravillosas telarañas de esas que se suspenden en el aire, entre rama y rama de los arbustos, luciendo su tejido extraordinario. Ya llevaba bastante adelantado, aunque el trabajo, a veces, se le
hacia lento y penoso, cuando acertó a pasar cerca de su casa el zorro, que gustaba de meter siempre su nariz en lo que no le importaba.
Al verlo, le preguntó con curiosidad que hacía y este le respondió que trabajaba en su capa para ponérsela el día de la fiesta en el lago, el zorro le respondió que cómo iba a alcanzar a terminarla si la fiesta era esa noche. El quirquincho pensó
que había pasado el tiempo sin notarlo. Siempre le sucedía lo mismo... Calculaba mal las horas... Al pobre Tatú se le fue el alma a los pies. Una gruesa lágrima rodó por sus mejillas. Tanto prepararse para la ceremonia... El encuentro con sus
amigos lo había imaginado distinto de lo que sería ahora. ¿Tendría fuerzas y tiempo para terminar su manto tan hermosamente comenzado?
El zorro captó su desesperación, y sin decir más se alejó riendo entre dientes. Sin buscarlo había encontrado el modo de inquietar a alguien...y eso le producía un extraño placer. Tatú tendría que apurarse mucho si quería ir con vestido nuevo a
la fiesta. Y así fue. Sus manitos continuaron el trabajo moviéndose con rapidez y destreza, pero debió recurrir a un truco para que le cundiera. Tomó hilos gruesos y toscos que le hicieron avanzar más rápido. Pero, la belleza y finura iniciales del tejido se fueron perdiendo a medida que avanzaba y quedaba al descubierto una urdimbre más suelta. Finalmente todo estuvo listo y Tatú se engalanó para asistir a su fiesta.
Entonces respiró hondo, y con un suspiro de alivio miró al cielo
estirando sus extremidades para sacudirse el cansancio de tanto trabajo. En ese instante advirtió el engaño... ¡Si la luna todavía no estaba llena! Lo miraba curiosa desde sus tres cuartos de creciente...
Un primer pensamiento de cólera contra el viejo zorro le cruzó su cabecita. Pero al mirar su manto nuevamente bajo la luz brillante que caía también de las estrellas, se dio cuenta de que, si bien no había quedado como él lo imaginara, de todos
modos el resultado era de auténtica belleza y esplendor. No tendría para qué deshacerlo. Quizás así estaba mejor, más suelto y aireado en su parte final, lo cual le otorgaba un toque exótico y atractivo. El zorro se asombraría cuando lo viera... Y, además, no le guardaría rencor, porque sido su propia culpa creerle a alguien que tenía fama de travieso y juguetón. Simplemente él no podía resistir la tentación de andar burlándose de todos... y siempre encontraba alguna víctima.
Pero esta vez todo salió bien: el zorro le había hecho un favor. Porque Tatú se lució efectivamente, y causó gran sensación con su manto nuevo cuando llegó, al fin, el momento de su aparición triunfal en la fiesta de su amigo Titicaca.
Fuente: Cuentos y Leyendas Americanas.
Gentileza Ser Indígena
Las gaviotas andinas se habían encargado de llevar la noticia hasta los últimos rincones del Altiplano. Volando de un punto a otro, incansables, habían comunicado a todos que cuando la luna estuviera brillante y redonda, los animales estaban cordialmente invitados a una gran fiesta a orillas del lago. El Titicaca se alegraba cada vez que esto sucedía.
Cada cual se preparaba con esmero para esta oportunidad. Se acicalaban y limpiaban sus plumajes y sus pieles con los mejores aceites especiales, para que resplandecieran y todos los admiraran. Todo esto lo sabía Tatú, él quirquincho, ya había asistido a algunas de estas fastuosas fiestas que su querido amigo Titicaca gustaba de organizar. En esta ocasión deseaba ir mejor que nunca, pues recientemente había sido nombrado integrante muy principal de la comunidad. Y comprendía bien lo que esto significaba... Él era responsable y digno. Esas debían haber sido las cualidades que se tuvieron en cuenta al darle este título honorífico que tanto lo honraba. Ahora deseaba íntimamente deslumbrarlos a todos y hacerlos sentir que no se habían equivocado en su elección.
Todavía faltaban muchos días, pero en cuanto recibió la invitación se puso a tejer un manto nuevo, elegantísimo, para que nadie quedara sin advertir su presencia espectacular. Era conocido como buen tejedor, y se concentró en hacer una trama
fina, fina, a tal punto, que recordaba algunas maravillosas telarañas de esas que se suspenden en el aire, entre rama y rama de los arbustos, luciendo su tejido extraordinario. Ya llevaba bastante adelantado, aunque el trabajo, a veces, se le
hacia lento y penoso, cuando acertó a pasar cerca de su casa el zorro, que gustaba de meter siempre su nariz en lo que no le importaba.
Al verlo, le preguntó con curiosidad que hacía y este le respondió que trabajaba en su capa para ponérsela el día de la fiesta en el lago, el zorro le respondió que cómo iba a alcanzar a terminarla si la fiesta era esa noche. El quirquincho pensó
que había pasado el tiempo sin notarlo. Siempre le sucedía lo mismo... Calculaba mal las horas... Al pobre Tatú se le fue el alma a los pies. Una gruesa lágrima rodó por sus mejillas. Tanto prepararse para la ceremonia... El encuentro con sus
amigos lo había imaginado distinto de lo que sería ahora. ¿Tendría fuerzas y tiempo para terminar su manto tan hermosamente comenzado?
El zorro captó su desesperación, y sin decir más se alejó riendo entre dientes. Sin buscarlo había encontrado el modo de inquietar a alguien...y eso le producía un extraño placer. Tatú tendría que apurarse mucho si quería ir con vestido nuevo a
la fiesta. Y así fue. Sus manitos continuaron el trabajo moviéndose con rapidez y destreza, pero debió recurrir a un truco para que le cundiera. Tomó hilos gruesos y toscos que le hicieron avanzar más rápido. Pero, la belleza y finura iniciales del tejido se fueron perdiendo a medida que avanzaba y quedaba al descubierto una urdimbre más suelta. Finalmente todo estuvo listo y Tatú se engalanó para asistir a su fiesta.
Entonces respiró hondo, y con un suspiro de alivio miró al cielo
estirando sus extremidades para sacudirse el cansancio de tanto trabajo. En ese instante advirtió el engaño... ¡Si la luna todavía no estaba llena! Lo miraba curiosa desde sus tres cuartos de creciente...
Un primer pensamiento de cólera contra el viejo zorro le cruzó su cabecita. Pero al mirar su manto nuevamente bajo la luz brillante que caía también de las estrellas, se dio cuenta de que, si bien no había quedado como él lo imaginara, de todos
modos el resultado era de auténtica belleza y esplendor. No tendría para qué deshacerlo. Quizás así estaba mejor, más suelto y aireado en su parte final, lo cual le otorgaba un toque exótico y atractivo. El zorro se asombraría cuando lo viera... Y, además, no le guardaría rencor, porque sido su propia culpa creerle a alguien que tenía fama de travieso y juguetón. Simplemente él no podía resistir la tentación de andar burlándose de todos... y siempre encontraba alguna víctima.
Pero esta vez todo salió bien: el zorro le había hecho un favor. Porque Tatú se lució efectivamente, y causó gran sensación con su manto nuevo cuando llegó, al fin, el momento de su aparición triunfal en la fiesta de su amigo Titicaca.
Fuente: Cuentos y Leyendas Americanas.
Gentileza Ser Indígena
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Mitos y Leyendas de Chile
EL Millalobo (Chile)
(Leyenda de Chiloé)
El Millalobo habita en lo más profundo del mar, y fue concebido bajo el mandato y protección del espíritu de las aguas Coicoi-vilu, por una hermosa mujer en amores con un lobo marino durante el período en que las aguas del mar invadieron la
tierra.
Tiene el aspecto de una gran foca, su rostro tiene aspecto de un hombre y de pez. La parte superior del tórax tiene aspecto humano y el resto de su cuerpo tiene formas de lobo marino. Está cubierto de un corto y brillante pelaje de color amarillo
oscuro, de ahí su nombre Millalobo (de milla: oro) o Lobo de Oro. Comparte su vida con la Hunchula, hija de una vieja machi, llamada la Huenchur, y cuando las condiciones lo permiten sale con su amada a las playas solitarias con
la intención de disfrutar de los rayos del sol.
El Millalobo, fue envestido por Coicoi-Vilu, como amo y señor de todos los mares y por lo tanto es el jefe supremo de todos los seres que en ellos habitan. De esta manera está en el nivel jerárquico más alto del gobierno de los mares y se le puede comparar con Neptuno de la mitología griega.
Como dueño y señor, de gran poderío, delega sus importantes funciones, en varios miembros subalternos encargados de hacer cumplir sus mandatos y voluntad. Esto va desde sembrar peces y mariscos, cuidar de su desarrollo y multiplicación, dirigir las mareas o controlar las calmas y tempestades. También están bajo su mandato las acciones de seres maléficos como la Vaca Marina, el Cuero, el Cuchivilu y el Piuchén.
De su unión con la hermosa Henchula nacieron la Pincoya, la Sirena y el Pincoy, quienes como buenos hijos ayudan y desempeñan importantes papeles en los vastos dominios de su poderoso padre.
Fuente: Mitología Chilota
Gentileza Ser Indígena
El Millalobo habita en lo más profundo del mar, y fue concebido bajo el mandato y protección del espíritu de las aguas Coicoi-vilu, por una hermosa mujer en amores con un lobo marino durante el período en que las aguas del mar invadieron la
tierra.
Tiene el aspecto de una gran foca, su rostro tiene aspecto de un hombre y de pez. La parte superior del tórax tiene aspecto humano y el resto de su cuerpo tiene formas de lobo marino. Está cubierto de un corto y brillante pelaje de color amarillo
oscuro, de ahí su nombre Millalobo (de milla: oro) o Lobo de Oro. Comparte su vida con la Hunchula, hija de una vieja machi, llamada la Huenchur, y cuando las condiciones lo permiten sale con su amada a las playas solitarias con
la intención de disfrutar de los rayos del sol.
El Millalobo, fue envestido por Coicoi-Vilu, como amo y señor de todos los mares y por lo tanto es el jefe supremo de todos los seres que en ellos habitan. De esta manera está en el nivel jerárquico más alto del gobierno de los mares y se le puede comparar con Neptuno de la mitología griega.
Como dueño y señor, de gran poderío, delega sus importantes funciones, en varios miembros subalternos encargados de hacer cumplir sus mandatos y voluntad. Esto va desde sembrar peces y mariscos, cuidar de su desarrollo y multiplicación, dirigir las mareas o controlar las calmas y tempestades. También están bajo su mandato las acciones de seres maléficos como la Vaca Marina, el Cuero, el Cuchivilu y el Piuchén.
De su unión con la hermosa Henchula nacieron la Pincoya, la Sirena y el Pincoy, quienes como buenos hijos ayudan y desempeñan importantes papeles en los vastos dominios de su poderoso padre.
Fuente: Mitología Chilota
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Mitos y Leyendas de Chile
TENTEN-VILU Y COICOI-VILU (Chile)
(Leyenda de Chiloé)
Hace muchísimos años la Isla Grande de Chiloé, y todo el enjambre de islas que le rodean, formaban un solo cuerpo con el Continente Americano.
Sin embargo, un día apareció repentinamente la Diosa de las Aguas Coicoi-vilu (de Co: agua y vilu: culebra) con la intención de destruir todo lo que hubiera sobre la tierra.
Obedeciendo a sus mandatos, las aguas comenzaron a elevarse inundando valles y cerros, y sepultando a sus horrorizados habitantes en las profundidades del mar.
Cuando todo parecía perdido, hizo su aparición la Diosa de la Tierra, Tentén-vilu (de Ten: tierra y vilu: culebra). Tentén-vilu comenzó a luchar contra su enemiga, a la vez que elevaba las tierras inundadas y protegía a sus habitantes, ayudándolos
a subir a las partes más altas, transformándolos en pájaros, o dotándolos del poder de volar.
La batalla duró mucho, finalmente Tentén-vilu venció parcialmente a Coicoi-Vilú, pues a pesar de que esta última se retiró, las aguas nunca regresaron a sus límites originales.
Como consecuencia de toda esta lucha, los valles, cerros y cordilleras que antes formaban la zona, quedaron transformados en un archipiélago de inigualable belleza, que es lo que hoy conocemos con el nombre de Archipiélago de Chiloé.
Fuente: Mitología Chilota
Gentileza Ser Indígena
Hace muchísimos años la Isla Grande de Chiloé, y todo el enjambre de islas que le rodean, formaban un solo cuerpo con el Continente Americano.
Sin embargo, un día apareció repentinamente la Diosa de las Aguas Coicoi-vilu (de Co: agua y vilu: culebra) con la intención de destruir todo lo que hubiera sobre la tierra.
Obedeciendo a sus mandatos, las aguas comenzaron a elevarse inundando valles y cerros, y sepultando a sus horrorizados habitantes en las profundidades del mar.
Cuando todo parecía perdido, hizo su aparición la Diosa de la Tierra, Tentén-vilu (de Ten: tierra y vilu: culebra). Tentén-vilu comenzó a luchar contra su enemiga, a la vez que elevaba las tierras inundadas y protegía a sus habitantes, ayudándolos
a subir a las partes más altas, transformándolos en pájaros, o dotándolos del poder de volar.
La batalla duró mucho, finalmente Tentén-vilu venció parcialmente a Coicoi-Vilú, pues a pesar de que esta última se retiró, las aguas nunca regresaron a sus límites originales.
Como consecuencia de toda esta lucha, los valles, cerros y cordilleras que antes formaban la zona, quedaron transformados en un archipiélago de inigualable belleza, que es lo que hoy conocemos con el nombre de Archipiélago de Chiloé.
Fuente: Mitología Chilota
Gentileza Ser Indígena
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Historia de la montaña que truena (Chile)
ANTOLOGÍA
LEYENDAS Y MITOS INDÍGENAS
"El hombre primitivo, inmerso en una naturaleza a menudo hostil, trató de explicarse los fenómenos, la vida que lo rodeaba, con ficciones alegóricas. Nacieron así los mitos y leyendas, que marcaron el comienzo de una actitud religiosa.
Para comprender a los pueblos es importante volver los ojos atrás y escudriñar en el pasado remoto".
Del libro: "El Mundo de Amado". Leyendas de Tierra del Fuego. Lucía Gevert.
Leyenda Mapuche
HISTORIA DE LA MONTAÑA QUE TRUENA
Cuentan que hace muchísimo tiempo vivía en la cordillera un pueblo de guerreros, un pueblo al que los otros llamaban "El enemigo invencible". No tenían vecinos ni aliados, porque el primero que se animaba a entrar en su territorio sin autorización era esclavizado o aniquilado. Dicen que no hubo país donde las piedras y las flores fueran más rojas, porque allí la sangre de las guerras había penetrado hasta las capas mas profundas de la tierra. Entre los invencibles no había lugar para los débiles: los niños mamaban el valor, de los pechos ceñidos de sus madres y allí mentándose con carne cruda se convertían en hombres altos y fuertes como montes.
Este pueblo tuvo un jefe valiente y formidable llamado Linko Nahuel, el “tigre que salta”. Era tan valeroso como feroz, y cuentan que si alguien hubiera podido navegar en los ríos de sus venas hubiera visto hervir la sangre. Entre todas las montañas del país de Linko Nahuel se distinguía el pico nevado del cerro Amun-Kar, el monte sagrado que es el trono de Dios. Dominaba el paisaje con sus laderas que subían verdes y boscosas. A veces, la montaña se transformaba, lanzaba humo y fuego hacia el cielo, bombardeando a los Mapuches con rocas
incandescentes que parecían las tokikuras de Dios. Y la gente le tenia más miedo que a la furia de Linko Nahuel.
Un amanecer, mientras acampaban en el gran valle que se encontraba a los pies del Amun-Kar, los centinelas, bajaron corriendo las laderas para contar lo que habían visto. Miles y miles de enanos armados, avanzaban por la cuesta de la
montaña sagrada.
Linko Nahuel sintió como la cólera le subía por el pecho, como sus brazos ansiaban descargar un golpe contra los invasores que ni permiso habían pedido; él los aplastaría, una vez más la sangre correría por las sendas y los arroyos. Pero Linko Nahuel también era astuto, y conocía el valor de los planes. Por eso llamo a sus segundos y les ordeno:
“Vayan a entrevistarse con el jefe de los enanos. Cúbranse con cueros de guanacos y puma, píntense la cara del modo más horroroso y adórnense con las plumas de choike más largas y oscuras que tengan. Y sobre todo, ya saben, mirada severa y pocas palabras. Así los intimidaremos. Ya van a ver cuando
comiencen la retirada, ahí caeremos sobre ellos”.
Los emisarios se fueron confiados, pero volvieron humillados y furiosos a rendir cuentas ante Linko Nahuel: - “Los enanos son gente de montañas y planean quedarse a vivir en el Amun-Kar, no conocen tu nombre y no tienen miedo de la ira de Dios. Son tan chiquitos como un anchimallen, pero hay que reconocer que son valientes y tantos, que cuando nos rodearon no veíamos nada mas allá”.
Entonces Linko se dispuso para la guerra y partió. Trepaban la cuesta, cuando sorpresivamente los enanos se lanzaron desde arriba sobre ellos, hiriéndolos con miles de flechas y lanzas diminutas. Defenderse era difícil. Linko alentaba a los suyos para alcanzar a los pigmeos, pero estos se protegían detrás de paredones y salientes, y desde allí empujaban la nieve y piedras que caían en alud sobre el ejercito invencible. Los enanos eran muchos y rodearon a los mapuches. La tierra y la nieve se teñían de sangre, y Linko Nahuel, enfurecido, pedía refuerzos con gritos desaforados.
Los enanos se dieron vuelta y comenzaron a huir con extraordinaria agilidad montaña arriba dejando atrás a Linko Nahuel, que los perseguía. Pero los guerreros de Linko eran gente de los valles y de las hondonadas y no podían competir con sus enemigos, que milagrosamente se perdieron de vista.
La trampa estaba tendida: los enanos salieron de sus escondites y los atraparon uno por uno.
El cacique de los enanos dictaminó su sentencia: “Todos los prisioneros mapuches deberían subir hasta la cumbre y desde allí serian precipitados; él último en caer sería Linko Nahuel, para que viera la muerte muchas veces antes de dar su último salto”.
Penosamente subía el tigre derrotado pisando por primera vez las rocas de la cima. Cuando el enano dio la orden de detenerse ataron a los prisioneros de pies y manos y comenzó el castigo.
Empujaron al primer mapuche al precipicio. Erguido y rígido, Linko miraba la distancia, ese paisaje nuevo que no lo dejaba recordar, que aplacaba por primera vez su sangre huracanada. Entonces se escucho el primer estruendo, los estallidos interiores de la montaña de Dios. Las rocas volaron en mil pedazos. Un viscoso lago de fuego arrastró a los mapuches y enanos, que mezclaron sus gritos y quedaron confundidos en la misma ceniza.
Y Dios dispuso que los dos jefes se sentaran frente a frente, para que contemplaran juntos el horror, provocado por la osadía de llevar la guerra a su montaña. Para que el castigo fuera eterno los convirtió en piedra; y desde ese entonces fueron cubiertos muchas veces por la lava ardiente o el hielo,
condenados a escuchar el tronar intermitente de su furia. Por eso la gente del valle ya no llama al cerro Amun-Kar sino Tronador, y dicen los mapuches que los dos caciques esperan en vano el día en que Dios se duerma y puedan despertar ellos
para vengar a sus pueblos.
Fuente: Mauchaulil. Cultura fálica en Chile.
Gentileza Ser Indígena
LEYENDAS Y MITOS INDÍGENAS
"El hombre primitivo, inmerso en una naturaleza a menudo hostil, trató de explicarse los fenómenos, la vida que lo rodeaba, con ficciones alegóricas. Nacieron así los mitos y leyendas, que marcaron el comienzo de una actitud religiosa.
Para comprender a los pueblos es importante volver los ojos atrás y escudriñar en el pasado remoto".
Del libro: "El Mundo de Amado". Leyendas de Tierra del Fuego. Lucía Gevert.
Leyenda Mapuche
HISTORIA DE LA MONTAÑA QUE TRUENA
Cuentan que hace muchísimo tiempo vivía en la cordillera un pueblo de guerreros, un pueblo al que los otros llamaban "El enemigo invencible". No tenían vecinos ni aliados, porque el primero que se animaba a entrar en su territorio sin autorización era esclavizado o aniquilado. Dicen que no hubo país donde las piedras y las flores fueran más rojas, porque allí la sangre de las guerras había penetrado hasta las capas mas profundas de la tierra. Entre los invencibles no había lugar para los débiles: los niños mamaban el valor, de los pechos ceñidos de sus madres y allí mentándose con carne cruda se convertían en hombres altos y fuertes como montes.
Este pueblo tuvo un jefe valiente y formidable llamado Linko Nahuel, el “tigre que salta”. Era tan valeroso como feroz, y cuentan que si alguien hubiera podido navegar en los ríos de sus venas hubiera visto hervir la sangre. Entre todas las montañas del país de Linko Nahuel se distinguía el pico nevado del cerro Amun-Kar, el monte sagrado que es el trono de Dios. Dominaba el paisaje con sus laderas que subían verdes y boscosas. A veces, la montaña se transformaba, lanzaba humo y fuego hacia el cielo, bombardeando a los Mapuches con rocas
incandescentes que parecían las tokikuras de Dios. Y la gente le tenia más miedo que a la furia de Linko Nahuel.
Un amanecer, mientras acampaban en el gran valle que se encontraba a los pies del Amun-Kar, los centinelas, bajaron corriendo las laderas para contar lo que habían visto. Miles y miles de enanos armados, avanzaban por la cuesta de la
montaña sagrada.
Linko Nahuel sintió como la cólera le subía por el pecho, como sus brazos ansiaban descargar un golpe contra los invasores que ni permiso habían pedido; él los aplastaría, una vez más la sangre correría por las sendas y los arroyos. Pero Linko Nahuel también era astuto, y conocía el valor de los planes. Por eso llamo a sus segundos y les ordeno:
“Vayan a entrevistarse con el jefe de los enanos. Cúbranse con cueros de guanacos y puma, píntense la cara del modo más horroroso y adórnense con las plumas de choike más largas y oscuras que tengan. Y sobre todo, ya saben, mirada severa y pocas palabras. Así los intimidaremos. Ya van a ver cuando
comiencen la retirada, ahí caeremos sobre ellos”.
Los emisarios se fueron confiados, pero volvieron humillados y furiosos a rendir cuentas ante Linko Nahuel: - “Los enanos son gente de montañas y planean quedarse a vivir en el Amun-Kar, no conocen tu nombre y no tienen miedo de la ira de Dios. Son tan chiquitos como un anchimallen, pero hay que reconocer que son valientes y tantos, que cuando nos rodearon no veíamos nada mas allá”.
Entonces Linko se dispuso para la guerra y partió. Trepaban la cuesta, cuando sorpresivamente los enanos se lanzaron desde arriba sobre ellos, hiriéndolos con miles de flechas y lanzas diminutas. Defenderse era difícil. Linko alentaba a los suyos para alcanzar a los pigmeos, pero estos se protegían detrás de paredones y salientes, y desde allí empujaban la nieve y piedras que caían en alud sobre el ejercito invencible. Los enanos eran muchos y rodearon a los mapuches. La tierra y la nieve se teñían de sangre, y Linko Nahuel, enfurecido, pedía refuerzos con gritos desaforados.
Los enanos se dieron vuelta y comenzaron a huir con extraordinaria agilidad montaña arriba dejando atrás a Linko Nahuel, que los perseguía. Pero los guerreros de Linko eran gente de los valles y de las hondonadas y no podían competir con sus enemigos, que milagrosamente se perdieron de vista.
La trampa estaba tendida: los enanos salieron de sus escondites y los atraparon uno por uno.
El cacique de los enanos dictaminó su sentencia: “Todos los prisioneros mapuches deberían subir hasta la cumbre y desde allí serian precipitados; él último en caer sería Linko Nahuel, para que viera la muerte muchas veces antes de dar su último salto”.
Penosamente subía el tigre derrotado pisando por primera vez las rocas de la cima. Cuando el enano dio la orden de detenerse ataron a los prisioneros de pies y manos y comenzó el castigo.
Empujaron al primer mapuche al precipicio. Erguido y rígido, Linko miraba la distancia, ese paisaje nuevo que no lo dejaba recordar, que aplacaba por primera vez su sangre huracanada. Entonces se escucho el primer estruendo, los estallidos interiores de la montaña de Dios. Las rocas volaron en mil pedazos. Un viscoso lago de fuego arrastró a los mapuches y enanos, que mezclaron sus gritos y quedaron confundidos en la misma ceniza.
Y Dios dispuso que los dos jefes se sentaran frente a frente, para que contemplaran juntos el horror, provocado por la osadía de llevar la guerra a su montaña. Para que el castigo fuera eterno los convirtió en piedra; y desde ese entonces fueron cubiertos muchas veces por la lava ardiente o el hielo,
condenados a escuchar el tronar intermitente de su furia. Por eso la gente del valle ya no llama al cerro Amun-Kar sino Tronador, y dicen los mapuches que los dos caciques esperan en vano el día en que Dios se duerma y puedan despertar ellos
para vengar a sus pueblos.
Fuente: Mauchaulil. Cultura fálica en Chile.
Gentileza Ser Indígena
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Mitos y Leyendas de Chile
Domo y Lituche (Chile)
ANTOLOGÍA
LEYENDAS Y MITOS INDÍGENAS
"El hombre primitivo, inmerso en una naturaleza a menudo hostil, trató de explicarse los fenómenos, la vida que lo rodeaba, con ficciones alegóricas. Nacieron así los mitos y leyendas, que marcaron el comienzo de una actitud religiosa.
Para comprender a los pueblos es importante volver los ojos atrás y escudriñar en el pasado remoto".
Del libro: "El Mundo de Amado". Leyendas de Tierra del Fuego. Lucía Gevert.
Leyenda Mapuche
DOMO Y LITUCHE
Hace infinidad de lluvias, en el mundo no había más que un espíritu que habitaba en el cielo. Solo él podía hacer la vida. Así decidió comenzar su obra cualquier día.
Aburrido un día de tanta quietud decidió crear a una criatura vivaz e imaginativa, la cual llamó "Hijo", porque mucho le quiso desde el comienzo. Luego muy contento lo lanzó a la tierra. Tan entusiasmado estaba que el impulso fue tan fuerte que se
golpeó duramente al caer. Su madre desesperada quiso verlo y abrió una ventana en el cielo. Esa ventana es Kuyén, la luna, y desde entonces vigila el sueño de los hombres.
El gran espíritu quiso también seguir los primeros pasos de su hijo. Para mirarlo abrió un gran hueco redondo en el cielo. Esa ventana es Antú, el sol y su misión es desde entonces calentar a los hombres y alentar la vida cada día. Así todo ser viviente lo reconoce y saluda con amor y respeto. También es llamado padre sol.
Pero en la tierra el hijo del gran espíritu se sentía terriblemente solo. Nada había, nadie con quién conversar. Cada vez más triste miró al cielo y dijo: ¿Padre,
porqué he de estar solo?
En realidad necesita una compañera -dijo Ngnechén, el espíritu progenitor.
Pronto le enviaron desde lo alto una mujer de suave cuerpo y muy graciosa, la que cayó sin hacerse daño cerca del primer hombre. Ella estaba desnuda y tuvo mucho frío. Para no morir helada echó a caminar y sucedió que a cada paso suyo crecía la hierba, y cuando cantó, de su boca insectos y mariposas salían a raudales y pronto llegó a Lituche el armónico sonido de la fauna.
Cuando uno estuvo frente al otro, dijo ella: - Qué hermoso eres. ¿Cómo he de llamarte? . Yo soy Lituche el hombre del comienzo. Yo soy Domo la mujer, estaremos juntos y haremos florecer la vida amándonos -dijo ella-. Así debe ser, juntos llenaremos el vacío de la tierra -dijo Lituche.
Mientras la primera mujer y el primer hombre construían su hogar, al cual llamaron ruka, el cielo se llenó de nuevos espíritus. Estos traviesos Cherruves eran torbellinos muy temidos por la tribu.
Lituche pronto aprendió que los frutos del pewén eran su mejor alimento y con ellos hizo panes y esperó tranquilo el invierno. Domo cortó la lana de una oveja, luego con las dos manos, frotando y moviéndolas una contra otra hizo un hilo grueso. Después en cuatro palos grandes enrolló la hebra y comenzó a cruzarlas.
Desde entonces hacen así sus tejidos en colores naturales, teñidos con raíces.
Cuando los hijos de Domo y Lituche se multiplicaron, ocuparon el territorio de mar a cordillera. Luego hubo un gran cataclismo, las aguas del mar comenzaron a subir guiadas por la serpiente Kai-Kai. La cordillera se elevó más y más porque en ella habitaba Tren-Tren la culebra de la tierra y así defendía a los hombres de la ira de Kai-Kai. Cuando las aguas se calmaron, comenzaron a bajar los sobrevivientes de los cerros. Desde entonces se les conoce como "Hombres de la tierra" o Mapuches.
Siempre temerosos de nuevos desastres, los mapuches respetan la voluntad de Ngnechén y tratan de no disgustarlo. Trabajan la tierra y realizan hermosa artesanía con cortezas de árboles y con raíces tiñen lana. Con fibras vegetales tejen canastos y con lana, mantas y vestidos.
Aún hoy en el cielo Kuyén y Antú se turnan para mirarlos y acompañarlos. Por eso la esperanza de un tiempo mejor nunca muere en el espíritu de los mapuches, los hombres de la tierra.
Fuente: Del libro "Monitores Culturas Originarias". Área Culturas Originarias. División de Cultura. Mineduc.
Gentileza Ser Indígena
LEYENDAS Y MITOS INDÍGENAS
"El hombre primitivo, inmerso en una naturaleza a menudo hostil, trató de explicarse los fenómenos, la vida que lo rodeaba, con ficciones alegóricas. Nacieron así los mitos y leyendas, que marcaron el comienzo de una actitud religiosa.
Para comprender a los pueblos es importante volver los ojos atrás y escudriñar en el pasado remoto".
Del libro: "El Mundo de Amado". Leyendas de Tierra del Fuego. Lucía Gevert.
Leyenda Mapuche
DOMO Y LITUCHE
Hace infinidad de lluvias, en el mundo no había más que un espíritu que habitaba en el cielo. Solo él podía hacer la vida. Así decidió comenzar su obra cualquier día.
Aburrido un día de tanta quietud decidió crear a una criatura vivaz e imaginativa, la cual llamó "Hijo", porque mucho le quiso desde el comienzo. Luego muy contento lo lanzó a la tierra. Tan entusiasmado estaba que el impulso fue tan fuerte que se
golpeó duramente al caer. Su madre desesperada quiso verlo y abrió una ventana en el cielo. Esa ventana es Kuyén, la luna, y desde entonces vigila el sueño de los hombres.
El gran espíritu quiso también seguir los primeros pasos de su hijo. Para mirarlo abrió un gran hueco redondo en el cielo. Esa ventana es Antú, el sol y su misión es desde entonces calentar a los hombres y alentar la vida cada día. Así todo ser viviente lo reconoce y saluda con amor y respeto. También es llamado padre sol.
Pero en la tierra el hijo del gran espíritu se sentía terriblemente solo. Nada había, nadie con quién conversar. Cada vez más triste miró al cielo y dijo: ¿Padre,
porqué he de estar solo?
En realidad necesita una compañera -dijo Ngnechén, el espíritu progenitor.
Pronto le enviaron desde lo alto una mujer de suave cuerpo y muy graciosa, la que cayó sin hacerse daño cerca del primer hombre. Ella estaba desnuda y tuvo mucho frío. Para no morir helada echó a caminar y sucedió que a cada paso suyo crecía la hierba, y cuando cantó, de su boca insectos y mariposas salían a raudales y pronto llegó a Lituche el armónico sonido de la fauna.
Cuando uno estuvo frente al otro, dijo ella: - Qué hermoso eres. ¿Cómo he de llamarte? . Yo soy Lituche el hombre del comienzo. Yo soy Domo la mujer, estaremos juntos y haremos florecer la vida amándonos -dijo ella-. Así debe ser, juntos llenaremos el vacío de la tierra -dijo Lituche.
Mientras la primera mujer y el primer hombre construían su hogar, al cual llamaron ruka, el cielo se llenó de nuevos espíritus. Estos traviesos Cherruves eran torbellinos muy temidos por la tribu.
Lituche pronto aprendió que los frutos del pewén eran su mejor alimento y con ellos hizo panes y esperó tranquilo el invierno. Domo cortó la lana de una oveja, luego con las dos manos, frotando y moviéndolas una contra otra hizo un hilo grueso. Después en cuatro palos grandes enrolló la hebra y comenzó a cruzarlas.
Desde entonces hacen así sus tejidos en colores naturales, teñidos con raíces.
Cuando los hijos de Domo y Lituche se multiplicaron, ocuparon el territorio de mar a cordillera. Luego hubo un gran cataclismo, las aguas del mar comenzaron a subir guiadas por la serpiente Kai-Kai. La cordillera se elevó más y más porque en ella habitaba Tren-Tren la culebra de la tierra y así defendía a los hombres de la ira de Kai-Kai. Cuando las aguas se calmaron, comenzaron a bajar los sobrevivientes de los cerros. Desde entonces se les conoce como "Hombres de la tierra" o Mapuches.
Siempre temerosos de nuevos desastres, los mapuches respetan la voluntad de Ngnechén y tratan de no disgustarlo. Trabajan la tierra y realizan hermosa artesanía con cortezas de árboles y con raíces tiñen lana. Con fibras vegetales tejen canastos y con lana, mantas y vestidos.
Aún hoy en el cielo Kuyén y Antú se turnan para mirarlos y acompañarlos. Por eso la esperanza de un tiempo mejor nunca muere en el espíritu de los mapuches, los hombres de la tierra.
Fuente: Del libro "Monitores Culturas Originarias". Área Culturas Originarias. División de Cultura. Mineduc.
Gentileza Ser Indígena
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Mitos y Leyendas de Chile
Los Dioses de la Luz (Chile)
(Leyenda Mapuche)
Antes de que los Mapuches descubrieran cómo hacer el fuego, vivían en grutas de la montaña a las que llamaban "casas de piedra".
Temerosos de las erupciones volcánicas y de los cataclismos, sus dioses y sus demonios eran luminosos. Entre estos, el poderoso Cheruve. Cuando se enojaba, llovían piedras y ríos de lava. A veces el Cheruve caía del cielo en forma de aerolito.
Los Mapuches creían que sus antepasados revivían en la bóveda del cielo nocturno. Cada estrella era un antiguo abuelo iluminado que cazaba avestruces entre las galaxias.
El Sol y la Luna daban vida a la Tierra como dioses buenos. Los llamaban Padre y Madre. Cada vez que salía el Sol, los saludaban. La Luna, al parecer cada veintiocho días, dividía el tiempo en meses.
Al no tener fuego, porque no sabían encenderlo, devoraban crudos sus alimentos; para abrigarse en tiempo frío, se apiñaban en las noches con sus animales, perros salvajes y llamas que habían domesticado.
Tenían horror a la oscuridad, era sigo de enfermedad y muerte. Se imaginaban cosas terribles.
En una de esas grutas vivía una familia: Caleu, el padre, Mallén, la madre y Licán, la hijita.
Una noche, Caleu se atrevió a mirar el cielo de sus antepasados y vio un signo nuevo, extraño, en el poniente: una enorme estrella con una cabellera dorada.
Preocupado, no dijo nada a su mujer y tampoco a los indios que vivían en las grutas cercanas.
Aquella luz celestial se parecía a la de los volcanes, ¿traería desgracias?, ¿quemaría los bosques?. Aunque Caleu guardó silencio, no tardaron en verla los demás indios. Hicieron reuniones para discutir qué podría significar el hermosos signo del cielo. Decidieron vigilar por turno junto a sus grutas.
El verano estaba llegando a su fin y las mujeres subieron una mañana muy temprano a buscar frutos de los bosques para tener comida en el tiempo frío.
Mallén y su hijita Licán treparon también a la montaña.
-Traeremos piñones dorados y avellanas rojas -dijo Mallén.
-Traeremos raíces y pepinos del copihue -agregó Licán
La niña acompaño otras veces a su madre en estas excursiones y se sentía feliz.
-Vuelvan antes de que caiga la noche -les advirtió Caleu.
-Si nos sorprende la noche, nos refugiaremos en una gruta que hay allá arriba, en los bosques -lo tranquilizó Mallén.
Las mujeres llevaban canastos tejidos con enredaderas. Parecía una procesión de choroyes, conversando y riendo todo el camino.
Allá arriba había gigantescas araucarias que dejaban caer lluvias de piñones. Y los avellanos lucían sus frutas redondas, pequeñas, rojas unas, color violeta y negras otras, según iban madurando.
No supieron cómo pasaron las horas. El Sol empezó a bajar y cuando se dieron cuenta, estaba por ocultarse. Asustadas, las mujeres se echaron los canastos a la espalda y tomaron a sus niños de la mano.
-¡Bajemos, bajemos! -se gritaban unas a otras.
-No tendremos tiempo. Nos pillará la noche y en la oscuridad nos perderemos para siempre -advirtió Mallén.
-¿Qué haremos entonces? -dijo la abuela Collalla, que no por ser la más vieja, era la más valiente.
-Yo sé donde hay una gruta por aquí cerca, no tenga miedo, abuela -dijo Mallén.
Guió a las mujeres con sus niños por un sendero rocoso. Sin embargo, al llegar a la gruta, ya era de noche. Vieron en el cielo del poniente la gran estrella con su cola dorada.
La abuela Collalla se asustó mucho. -Esa estrella nos trae un mensaje de nuestros antepasados que viven en la bóveda del cielo -exclamó.
Licán se aferró a las faldas de su madre y lo mismo hicieron los demás niños.
-Vamos, entremos a la gruta y dormiremos bien juntas para que se nos pase el miedo -dijo Mallén.
-Eso sería lo mejor, murmuró Collalla, temblorosa.
Ella conocía viejas historias, había visto reventarse volcanes, derrumbarse montañas, inundaciones, incendios de bosques enteros.
No bien entraron a la gruta, un profundo ruido subterráneo las hizo abrazarse invocando al Sol y la Luna, sus espíritus protectores.
Al ruido siguió un espantoso temblor que hizo caer cascajos del techo de la gruta. El grupo se arrinconó, aterrorizado.
Cuando pasó el terremoto, la montaña siguió estremeciéndose como el cuerpo de un animal nervioso.
Las mujeres palparon a sus hijos. Nadie estaba herido. Respiraron un poco y miraron hacia las boca blanquecina de la gruta: por delante de ella cayó una lluvia de piedras que al chocar echaban chispas.
-¡Miren! -gritó Collalla. ¡Piedras de luz! Nuestros antepasados nos mandan este regalo.
Cómo luciérnagas de un instante, las piedras rodaron cerro abajo y con sus chispas encendieron un enorme coihue seco que se erguía al fondo de una quebrada.
El fuego iluminó la noche y las mujeres se tranquilizaron al ver la luz.
-La estrella con su espíritu protector mandó el fuego para que no tengamos miedo -dijo la abuela Collalla riendo.
Niños y mujeres también rieron, aplaudiendo el fuego.
El grupo silencioso contempló las llamas como si fuera el mismo Padre Sol que hubiera venido a acompañarlas.
Se sentaron junto a la gruta, oyendo crepitar las llamas como música desconocida.
Al rato, llegaron los hombres desafiando las tinieblas por buscar a sus niños y mujeres.
Caleu se acercó al incendio y cogió una llama ardiente; los otros lo imitaron y una procesión centelleante bajó de los cerros hasta sus casas.
Por el camino iban encendiendo otras ramas para guiarse.
Al otro día, oyendo el relato de las piedras que lanzaban chispas, los indios subieron a recogerlas y al frotarlas junto a ramas secas, lograron encender pequeñas fogatas.
Habían descubierto el pedernal. Habían descubierto cómo hacer el fuego.
Desde entonces, los Mapuches tuvieron fuego para alumbrar sus noches, calentarse y cocer sus alimentos.
Antes de que los Mapuches descubrieran cómo hacer el fuego, vivían en grutas de la montaña a las que llamaban "casas de piedra".
Temerosos de las erupciones volcánicas y de los cataclismos, sus dioses y sus demonios eran luminosos. Entre estos, el poderoso Cheruve. Cuando se enojaba, llovían piedras y ríos de lava. A veces el Cheruve caía del cielo en forma de aerolito.
Los Mapuches creían que sus antepasados revivían en la bóveda del cielo nocturno. Cada estrella era un antiguo abuelo iluminado que cazaba avestruces entre las galaxias.
El Sol y la Luna daban vida a la Tierra como dioses buenos. Los llamaban Padre y Madre. Cada vez que salía el Sol, los saludaban. La Luna, al parecer cada veintiocho días, dividía el tiempo en meses.
Al no tener fuego, porque no sabían encenderlo, devoraban crudos sus alimentos; para abrigarse en tiempo frío, se apiñaban en las noches con sus animales, perros salvajes y llamas que habían domesticado.
Tenían horror a la oscuridad, era sigo de enfermedad y muerte. Se imaginaban cosas terribles.
En una de esas grutas vivía una familia: Caleu, el padre, Mallén, la madre y Licán, la hijita.
Una noche, Caleu se atrevió a mirar el cielo de sus antepasados y vio un signo nuevo, extraño, en el poniente: una enorme estrella con una cabellera dorada.
Preocupado, no dijo nada a su mujer y tampoco a los indios que vivían en las grutas cercanas.
Aquella luz celestial se parecía a la de los volcanes, ¿traería desgracias?, ¿quemaría los bosques?. Aunque Caleu guardó silencio, no tardaron en verla los demás indios. Hicieron reuniones para discutir qué podría significar el hermosos signo del cielo. Decidieron vigilar por turno junto a sus grutas.
El verano estaba llegando a su fin y las mujeres subieron una mañana muy temprano a buscar frutos de los bosques para tener comida en el tiempo frío.
Mallén y su hijita Licán treparon también a la montaña.
-Traeremos piñones dorados y avellanas rojas -dijo Mallén.
-Traeremos raíces y pepinos del copihue -agregó Licán
La niña acompaño otras veces a su madre en estas excursiones y se sentía feliz.
-Vuelvan antes de que caiga la noche -les advirtió Caleu.
-Si nos sorprende la noche, nos refugiaremos en una gruta que hay allá arriba, en los bosques -lo tranquilizó Mallén.
Las mujeres llevaban canastos tejidos con enredaderas. Parecía una procesión de choroyes, conversando y riendo todo el camino.
Allá arriba había gigantescas araucarias que dejaban caer lluvias de piñones. Y los avellanos lucían sus frutas redondas, pequeñas, rojas unas, color violeta y negras otras, según iban madurando.
No supieron cómo pasaron las horas. El Sol empezó a bajar y cuando se dieron cuenta, estaba por ocultarse. Asustadas, las mujeres se echaron los canastos a la espalda y tomaron a sus niños de la mano.
-¡Bajemos, bajemos! -se gritaban unas a otras.
-No tendremos tiempo. Nos pillará la noche y en la oscuridad nos perderemos para siempre -advirtió Mallén.
-¿Qué haremos entonces? -dijo la abuela Collalla, que no por ser la más vieja, era la más valiente.
-Yo sé donde hay una gruta por aquí cerca, no tenga miedo, abuela -dijo Mallén.
Guió a las mujeres con sus niños por un sendero rocoso. Sin embargo, al llegar a la gruta, ya era de noche. Vieron en el cielo del poniente la gran estrella con su cola dorada.
La abuela Collalla se asustó mucho. -Esa estrella nos trae un mensaje de nuestros antepasados que viven en la bóveda del cielo -exclamó.
Licán se aferró a las faldas de su madre y lo mismo hicieron los demás niños.
-Vamos, entremos a la gruta y dormiremos bien juntas para que se nos pase el miedo -dijo Mallén.
-Eso sería lo mejor, murmuró Collalla, temblorosa.
Ella conocía viejas historias, había visto reventarse volcanes, derrumbarse montañas, inundaciones, incendios de bosques enteros.
No bien entraron a la gruta, un profundo ruido subterráneo las hizo abrazarse invocando al Sol y la Luna, sus espíritus protectores.
Al ruido siguió un espantoso temblor que hizo caer cascajos del techo de la gruta. El grupo se arrinconó, aterrorizado.
Cuando pasó el terremoto, la montaña siguió estremeciéndose como el cuerpo de un animal nervioso.
Las mujeres palparon a sus hijos. Nadie estaba herido. Respiraron un poco y miraron hacia las boca blanquecina de la gruta: por delante de ella cayó una lluvia de piedras que al chocar echaban chispas.
-¡Miren! -gritó Collalla. ¡Piedras de luz! Nuestros antepasados nos mandan este regalo.
Cómo luciérnagas de un instante, las piedras rodaron cerro abajo y con sus chispas encendieron un enorme coihue seco que se erguía al fondo de una quebrada.
El fuego iluminó la noche y las mujeres se tranquilizaron al ver la luz.
-La estrella con su espíritu protector mandó el fuego para que no tengamos miedo -dijo la abuela Collalla riendo.
Niños y mujeres también rieron, aplaudiendo el fuego.
El grupo silencioso contempló las llamas como si fuera el mismo Padre Sol que hubiera venido a acompañarlas.
Se sentaron junto a la gruta, oyendo crepitar las llamas como música desconocida.
Al rato, llegaron los hombres desafiando las tinieblas por buscar a sus niños y mujeres.
Caleu se acercó al incendio y cogió una llama ardiente; los otros lo imitaron y una procesión centelleante bajó de los cerros hasta sus casas.
Por el camino iban encendiendo otras ramas para guiarse.
Al otro día, oyendo el relato de las piedras que lanzaban chispas, los indios subieron a recogerlas y al frotarlas junto a ramas secas, lograron encender pequeñas fogatas.
Habían descubierto el pedernal. Habían descubierto cómo hacer el fuego.
Desde entonces, los Mapuches tuvieron fuego para alumbrar sus noches, calentarse y cocer sus alimentos.
Fuente: http://www.redchilena.com/Leyendas/
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Mitos y Leyendas de Chile
El Caleuche (Chile)
Cuenta la leyenda que el Caleuche es un buque que navega y vaga por los mares de Chiloé y los canales del sur.
Está tripulado por brujos poderosos, y en las noches oscuras va profusamente iluminado. En sus navegaciones, a bordo se escucha música sin cesar. Se oculta en medio de una densa neblina, que él mismo produce. Jamás navega a la luz del día.
Si casualmente una persona, que no sea bruja se acerca, el Caleuche se transforma en un simple madero flotante; y si el individuo intenta apoderarse del madero, éste retrocede. Otras veces se convierte en una roca o en otro objeto cualquiera y se hace invisible.
Sus tripulantes se convierten en lobos marinos o en aves acuáticas.
Relatan que los tripulantes tienen una sola pierna para andar y que la otra está doblada por la espalda, por lo tanto andan a saltos y brincos. Todos son idiotas y desmemoriados, para asegurar el secreto de lo que ocurre a bordo.
Al Caleuche, no hay que mirarlo, porque los tripulantes castigan a los que los miran, volviéndose la boca torcida, la cabeza hacia la espalda o matándole de repente, por arte de brujería. El que quiera mirar al buque y no sufrir el castigo de la torcedura, debe tratar de que los tripulantes no se den cuenta. Este buque navega cerca de la costa y cuando se apodera de una persona, la lleva a visitar ciudades del fondo del mar y le descubre inmensos tesoros, invitándola a participar en ellos con la sola condición de no divulgar lo que ha visto. Si no lo hiciera así, los tripulantes del Caleuche, lo matarían en la primera ocasión que volvieran a encontrarse con él. Todos los que mueren ahogados son recogidos por el Caleuche, que tiene la facultad de hacer la navegación submarina y aparecer en el momento preciso en que se le necesita, para recoger a los náufragos y guardarlos en su seno, que les sirve de mansión eterna.
Cuando el Caleuche necesita reparar su casco o sus máquinas, escoge de preferencia los barrancos y acantilados, y allí, a altas horas de la noche, procede al trabajo.
Está tripulado por brujos poderosos, y en las noches oscuras va profusamente iluminado. En sus navegaciones, a bordo se escucha música sin cesar. Se oculta en medio de una densa neblina, que él mismo produce. Jamás navega a la luz del día.
Si casualmente una persona, que no sea bruja se acerca, el Caleuche se transforma en un simple madero flotante; y si el individuo intenta apoderarse del madero, éste retrocede. Otras veces se convierte en una roca o en otro objeto cualquiera y se hace invisible.
Sus tripulantes se convierten en lobos marinos o en aves acuáticas.
Relatan que los tripulantes tienen una sola pierna para andar y que la otra está doblada por la espalda, por lo tanto andan a saltos y brincos. Todos son idiotas y desmemoriados, para asegurar el secreto de lo que ocurre a bordo.
Al Caleuche, no hay que mirarlo, porque los tripulantes castigan a los que los miran, volviéndose la boca torcida, la cabeza hacia la espalda o matándole de repente, por arte de brujería. El que quiera mirar al buque y no sufrir el castigo de la torcedura, debe tratar de que los tripulantes no se den cuenta. Este buque navega cerca de la costa y cuando se apodera de una persona, la lleva a visitar ciudades del fondo del mar y le descubre inmensos tesoros, invitándola a participar en ellos con la sola condición de no divulgar lo que ha visto. Si no lo hiciera así, los tripulantes del Caleuche, lo matarían en la primera ocasión que volvieran a encontrarse con él. Todos los que mueren ahogados son recogidos por el Caleuche, que tiene la facultad de hacer la navegación submarina y aparecer en el momento preciso en que se le necesita, para recoger a los náufragos y guardarlos en su seno, que les sirve de mansión eterna.
Cuando el Caleuche necesita reparar su casco o sus máquinas, escoge de preferencia los barrancos y acantilados, y allí, a altas horas de la noche, procede al trabajo.
Fuente: http://www.redchilena.com/Leyendas/
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Mitos y Leyendas de Chile
Los colosos de Tierra del Fuego (Chile)
(Leyenda Ona de Chile y Argentina)
Kenós un enorme coloso de treinta y ocho metros pisó por primera vez el planeta cuando la tierra era tan joven, que sobre ella no existía nada más que una grande, inmensa y desolada pampa.
Temaukel, su padre, y padre de todo el universo lo envió a dar forma y vida sobre la superficie del mundo. Al tiempo de estar habitando en la soledad, necesitó alguien para compartir y entretenerse, un amigo. Miró hacia el cielo; Temaukel escuchó su lamento, dándole entonces la capacidad para crear otros dioses grandes y semejantes a él.
Puso manos a la obra, y pronto contó Kenós con tres hermanos gigantes; ellos fueron Cenuque, Cóoj y Taiyín, junto a quienes recorrió de arriba a abajo y de un lado para otro poniendo las montañas donde no existían, las nieves en sus cumbres, los bosques, los animales grandes y pequeños, los que viven de día y los de la noche. Crearon las plantas, entre ellas las que tienen raíces para afirmarse por sí solas y aquellas que cuelgan largas voladoras desde un árbol. Todos, cada uno de los seres y cosas que dan vida y forman la tierra fueron establecidas por Kenós, Cenuque, Cóoj y Taiyín.
Las largas travesías agotaron el cuerpo de Kenós, quien un día sintiéndose viejo llamó a sus tres compañeros para avisarles que había llegado su tiempo de morir. Les pidió lo acompañaran hacia el Sur, pues mirando al Sur mueren los guerreros. Cuando llegaron al lugar elegido les indicó como debían sepultarlo a tres pisos bajo el suelo mirando a Temaukel. Viendo a sus tres hermanos ancianos y cansados les dijo:
-Todas las formas tiene su tiempo, esperen y verán.
Poco debieron aguardar los colosos, quienes con gran alegría, a las tres semanas vieron a Kenós pararse en sus pies.
Era maravilloso ser inmortales y cada cierta cantidad de años volver a ser jóvenes; luego comprenderían algo más sobre la vida y la muerte.
Largos siglos vivieron estos gigantes de Tierra del Fuego transformando la enorme pampa original, en el mundo que hoy conocemos con sus infinitos senderos y colores.
La tarea estaba tocando a su fin cuando Cóoj el más enérgico y puro, se acercó a Kenós diciéndole:
-Amigo, nuevamente ha llegado mi hora del reposo, pero esta vez no deseo volver a renacer. Mi cuerpo está cansado y mi caspi anhela su sitio final junto a Temaukel nuestro creador.
Lo miró Kenós con tristeza sabiendo que su naturaleza como inmortales no podía aspirar a estar eternamente junto a Temaukel, sino que debía permanecer por toda la eternidad cumpliendo una misión para El, y para las obras de su creación. Le hizo saber a Cóoj que el reposo de su caspi sólo encontraría su lugar definitivo aquí en la tierra o en el espacio cósmico de las estrellas siendo una más entre todas.
Nada supo decir Cóoj. Se había equivocado. Más bien, no había comprendido el significado de ser inmortal. Muy triste se retiró a llorar su pena.
Caminó hacia el este, solitario, derramando torrentes de lágrimas. Los gruesos goterones que rodaron por sus pómulos cayeron sobre la tierra cubriéndola de agua salada de amargura, agua que no alcanzó a secar el calor del sol. Su llanto anegó profundas quebradas y valles por el oriente, rebasando los límites de las altas cumbres hundiéndolas con su peso.
Tanta y tan enorme fue su pena, que cuando se detuvo y miró hacia el oeste pensando en regresar junto a Kenós, su mirada no divisó los territorios caminados en su peregrinar.
Las lágrimas formaban enormes lagos los cuales serían llenados posteriormente por el agua de las nieves y glaciares que cubrieron la superficie terrestre con su blanca capa de hielos, cuando el norte se enojó con el sur.
Vio Cóoj el resultado de su último trabajo comprendiendo cual era el destino final de su caspi; entonces reclinando su cuerpo, besó por última vez la roca seca y se sumergió.
Kenós un enorme coloso de treinta y ocho metros pisó por primera vez el planeta cuando la tierra era tan joven, que sobre ella no existía nada más que una grande, inmensa y desolada pampa.
Temaukel, su padre, y padre de todo el universo lo envió a dar forma y vida sobre la superficie del mundo. Al tiempo de estar habitando en la soledad, necesitó alguien para compartir y entretenerse, un amigo. Miró hacia el cielo; Temaukel escuchó su lamento, dándole entonces la capacidad para crear otros dioses grandes y semejantes a él.
Puso manos a la obra, y pronto contó Kenós con tres hermanos gigantes; ellos fueron Cenuque, Cóoj y Taiyín, junto a quienes recorrió de arriba a abajo y de un lado para otro poniendo las montañas donde no existían, las nieves en sus cumbres, los bosques, los animales grandes y pequeños, los que viven de día y los de la noche. Crearon las plantas, entre ellas las que tienen raíces para afirmarse por sí solas y aquellas que cuelgan largas voladoras desde un árbol. Todos, cada uno de los seres y cosas que dan vida y forman la tierra fueron establecidas por Kenós, Cenuque, Cóoj y Taiyín.
Las largas travesías agotaron el cuerpo de Kenós, quien un día sintiéndose viejo llamó a sus tres compañeros para avisarles que había llegado su tiempo de morir. Les pidió lo acompañaran hacia el Sur, pues mirando al Sur mueren los guerreros. Cuando llegaron al lugar elegido les indicó como debían sepultarlo a tres pisos bajo el suelo mirando a Temaukel. Viendo a sus tres hermanos ancianos y cansados les dijo:
-Todas las formas tiene su tiempo, esperen y verán.
Poco debieron aguardar los colosos, quienes con gran alegría, a las tres semanas vieron a Kenós pararse en sus pies.
Era maravilloso ser inmortales y cada cierta cantidad de años volver a ser jóvenes; luego comprenderían algo más sobre la vida y la muerte.
Largos siglos vivieron estos gigantes de Tierra del Fuego transformando la enorme pampa original, en el mundo que hoy conocemos con sus infinitos senderos y colores.
La tarea estaba tocando a su fin cuando Cóoj el más enérgico y puro, se acercó a Kenós diciéndole:
-Amigo, nuevamente ha llegado mi hora del reposo, pero esta vez no deseo volver a renacer. Mi cuerpo está cansado y mi caspi anhela su sitio final junto a Temaukel nuestro creador.
Lo miró Kenós con tristeza sabiendo que su naturaleza como inmortales no podía aspirar a estar eternamente junto a Temaukel, sino que debía permanecer por toda la eternidad cumpliendo una misión para El, y para las obras de su creación. Le hizo saber a Cóoj que el reposo de su caspi sólo encontraría su lugar definitivo aquí en la tierra o en el espacio cósmico de las estrellas siendo una más entre todas.
Nada supo decir Cóoj. Se había equivocado. Más bien, no había comprendido el significado de ser inmortal. Muy triste se retiró a llorar su pena.
Caminó hacia el este, solitario, derramando torrentes de lágrimas. Los gruesos goterones que rodaron por sus pómulos cayeron sobre la tierra cubriéndola de agua salada de amargura, agua que no alcanzó a secar el calor del sol. Su llanto anegó profundas quebradas y valles por el oriente, rebasando los límites de las altas cumbres hundiéndolas con su peso.
Tanta y tan enorme fue su pena, que cuando se detuvo y miró hacia el oeste pensando en regresar junto a Kenós, su mirada no divisó los territorios caminados en su peregrinar.
Las lágrimas formaban enormes lagos los cuales serían llenados posteriormente por el agua de las nieves y glaciares que cubrieron la superficie terrestre con su blanca capa de hielos, cuando el norte se enojó con el sur.
Vio Cóoj el resultado de su último trabajo comprendiendo cual era el destino final de su caspi; entonces reclinando su cuerpo, besó por última vez la roca seca y se sumergió.
Fuente: http://www.redchilena.com/Leyendas/
Los siete exploradores (Chile)
(Leyenda de la Isla de Pascua)
La leyenda cuenta que, precediendo al viaje de su rey y por instrucciones de un vidente, siete navegantes llegaron a la isla de Pascua buscando un lugar adecuado para instalarse y sembrar ñame, (tubérculo base de la alimentación de los inmigrantes). Dos de ellos traían, además, un moai y un collar de madreperlas, que escondieron y que luego dejaron abandonados cuando regresaron a su tierra de Hiva. Sólo un explorador se quedó en la isla.
Por eso, que cuando Hotu Matúa llegó a la isla, ésta ya estaba poblada; ya existía en ella el ñame; y también había moais.
Algunos estudiosos opinan que los siete exploradores simbolizan a siete generaciones que habitaron el lugar; o quizás a siete tribus inmigrantes, de las cuales sólo una sobrevivió y se mezcló con la gente de Hotu Matúa.
El rey Hotu Matúa murió 20 años después de su llegada a la isla y le sucedió su hijo mayor, Tuu Maheke. El último de esta dinastía fue Gregorio o Roroko he tau, llamado también el rey niño, que falleció en 1886, y aunque algunos lugareños tienden a pensar que la sucesión dinástica no tuvo desvíos ni interrupciones, hay varios indicios de que el linaje dinástico tuvo muchas alteraciones.
Se cuenta que poco después de los primeros polinesios llegó a la isla una segunda inmigración. El origen de estos nuevos pobladores es polémico, ya que sus características raciales difieren de las de aquellos que se consideraban nativos.
Estos nuevos habitantes fueron llamados Hanau eepe, que significa “raza ancha”, y en efecto, éstos eran más corpulentos y robustos que los Hanau momoko o raza delgada que ocupaban desde antes el lugar.
Los Hanau eepe tenían muy desarrollados los lóbulos de las orejas característica por la cual muchos antropólogos los asocian con los incas y sus grandes pabellones descriptos por Francisco Pizarro en sus informes.
Aunque éste es un tema no desentrañado aún, y los orejas cortas y los orejas largas tienen un origen confuso, pero cuya existencia está afianzada por testimonios en el pasado.
La leyenda cuenta que, precediendo al viaje de su rey y por instrucciones de un vidente, siete navegantes llegaron a la isla de Pascua buscando un lugar adecuado para instalarse y sembrar ñame, (tubérculo base de la alimentación de los inmigrantes). Dos de ellos traían, además, un moai y un collar de madreperlas, que escondieron y que luego dejaron abandonados cuando regresaron a su tierra de Hiva. Sólo un explorador se quedó en la isla.
Por eso, que cuando Hotu Matúa llegó a la isla, ésta ya estaba poblada; ya existía en ella el ñame; y también había moais.
Algunos estudiosos opinan que los siete exploradores simbolizan a siete generaciones que habitaron el lugar; o quizás a siete tribus inmigrantes, de las cuales sólo una sobrevivió y se mezcló con la gente de Hotu Matúa.
El rey Hotu Matúa murió 20 años después de su llegada a la isla y le sucedió su hijo mayor, Tuu Maheke. El último de esta dinastía fue Gregorio o Roroko he tau, llamado también el rey niño, que falleció en 1886, y aunque algunos lugareños tienden a pensar que la sucesión dinástica no tuvo desvíos ni interrupciones, hay varios indicios de que el linaje dinástico tuvo muchas alteraciones.
Se cuenta que poco después de los primeros polinesios llegó a la isla una segunda inmigración. El origen de estos nuevos pobladores es polémico, ya que sus características raciales difieren de las de aquellos que se consideraban nativos.
Estos nuevos habitantes fueron llamados Hanau eepe, que significa “raza ancha”, y en efecto, éstos eran más corpulentos y robustos que los Hanau momoko o raza delgada que ocupaban desde antes el lugar.
Los Hanau eepe tenían muy desarrollados los lóbulos de las orejas característica por la cual muchos antropólogos los asocian con los incas y sus grandes pabellones descriptos por Francisco Pizarro en sus informes.
Aunque éste es un tema no desentrañado aún, y los orejas cortas y los orejas largas tienen un origen confuso, pero cuya existencia está afianzada por testimonios en el pasado.
Fuente: http://www.redchilena.com/Leyendas/
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Mitos y Leyendas de Chile
La gran inundación (Chile)
(Leyenda Kawéscar)
(Se llamaban a sí mismos kaweskar, pero sus vecinos, en forma despectiva, los denominaron alacalufes -come mejillones- por su costumbre de alimentarse de mariscos).
Se cuenta entre los Kawéskar, que hace mucho tiempo, un joven salió en busca de una nutria tabú y la mató. Esto lo hizo cuando sus padres estaban ausentes. Ellos habían partido lejos, en la caza de nutrias y aves, para su sustento.
Cuando el joven mató a la nutria, se desató un gran viento y una fuerte tormenta comenzó a rugir.
Una gran marejada cubrió la tierra. El joven que había matado la nutria, logró sobrevivir junto a su mujer y para salvar su vida, huyó a la cima de un cerro. Allí aguardó hasta que la gran marea bajó.
Decidió descender entonces, aprovechando la marea baja, pero se percató que su hermano y sus padres habían muerto ahogados. Más allá, se dio cuenta que todos se habían ahogados y al retirarse el mar, vio animales, orcas y ballenas esparcidos por el bosque.
Se fueron los dos tristes y comenzaron a construir una choza. Como no tenían con que cubrir la choza, lo hicieron con pasto y allí permanecieron hasta el nuevo día.
Con el frío, el joven soñó que veía un coipo; y soñó con comida también. Mientras soñaba que comía, se despertó.
-"¿Por qué estaba soñando con un coipo?-
Yo mataba al coipo, me lo comía cuando soñaba.
- ¿Y con qué fuego?"
Después se quedó dormido nuevamente, se quedó dormido y luego despertó y despertó a su mujer.
-Oye, mira, ve a traer un palo quebrado, pues estaba soñando y sé que va a entrar un coipo y tú lo vas a matar, para comer.-
Se quedó dormido y, nuevamente vio en sueños lo mismo.
Su mujer seguía despierta, cuando, de pronto entró una manada de coipos y ella los iba matando con un garrote uno por uno, con lo que obtuvieron la comida necesaria para sobrevivir.
(Se llamaban a sí mismos kaweskar, pero sus vecinos, en forma despectiva, los denominaron alacalufes -come mejillones- por su costumbre de alimentarse de mariscos).
Se cuenta entre los Kawéskar, que hace mucho tiempo, un joven salió en busca de una nutria tabú y la mató. Esto lo hizo cuando sus padres estaban ausentes. Ellos habían partido lejos, en la caza de nutrias y aves, para su sustento.
Cuando el joven mató a la nutria, se desató un gran viento y una fuerte tormenta comenzó a rugir.
Una gran marejada cubrió la tierra. El joven que había matado la nutria, logró sobrevivir junto a su mujer y para salvar su vida, huyó a la cima de un cerro. Allí aguardó hasta que la gran marea bajó.
Decidió descender entonces, aprovechando la marea baja, pero se percató que su hermano y sus padres habían muerto ahogados. Más allá, se dio cuenta que todos se habían ahogados y al retirarse el mar, vio animales, orcas y ballenas esparcidos por el bosque.
Se fueron los dos tristes y comenzaron a construir una choza. Como no tenían con que cubrir la choza, lo hicieron con pasto y allí permanecieron hasta el nuevo día.
Con el frío, el joven soñó que veía un coipo; y soñó con comida también. Mientras soñaba que comía, se despertó.
-"¿Por qué estaba soñando con un coipo?-
Yo mataba al coipo, me lo comía cuando soñaba.
- ¿Y con qué fuego?"
Después se quedó dormido nuevamente, se quedó dormido y luego despertó y despertó a su mujer.
-Oye, mira, ve a traer un palo quebrado, pues estaba soñando y sé que va a entrar un coipo y tú lo vas a matar, para comer.-
Se quedó dormido y, nuevamente vio en sueños lo mismo.
Su mujer seguía despierta, cuando, de pronto entró una manada de coipos y ella los iba matando con un garrote uno por uno, con lo que obtuvieron la comida necesaria para sobrevivir.
Fuente: http://www.redchilena.com/Leyendas/
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Mitos y Leyendas de Chile
Kamshout y el otoño (Chile)
(Leyenda Ona)
Hubo un tiempo en que las hojas del bosque eran siempre verdes. En ese entonces el joven sélknam Kamshout partió en un largo viaje para cumplir con los ritos de iniciación de los klóketens.
El joven iniciado tardó tanto en volver que el resto del grupo lo dio por muerto. Cuando nadie lo esperaba, Kamshout volvió completamente alterado y empezó a relatar su sorprendente incursión en un país de maravillas, más allá en el lejano norte.
En ese país los bosques eran interminables y los árboles perdían sus hojas en otoño hasta parecer completamente muertos. Sin embargo, con los primeros calores de la primavera las hojas verdes volvían a salir y los árboles volvían a revivir.
Nadie creyó la historia y la gente se rió de Kamshout quien, completamente enojado, se marchó al bosque y volvió a desaparecer.
Luego de una corta incursión por el bosque, Kamshout reapareció convertido en un gran loro, con plumas verdes en su espalda y rojas en su pecho. Era otoño y Kamshout -a partir de entonces llamado Kerrhprrh por el ruido que emitía- volando de árbol en árbol fue tiñendo todas las hojas con sus plumas rojas.
Así coloreadas, las hojas empezaron a caer y todo el mundo temió la muerte de los árboles.
Esta vez la risa fue de Kamshout.
En la primavera las hojas volvieron a lucir su verdor, demostrando la veracidad de la aventura vivida por Kamshout. Desde entonces los loros se reúnen en las ramas de los árboles para reírse de los seres humanos y así vengar a Kamshout, su antepasado mítico.
Hubo un tiempo en que las hojas del bosque eran siempre verdes. En ese entonces el joven sélknam Kamshout partió en un largo viaje para cumplir con los ritos de iniciación de los klóketens.
El joven iniciado tardó tanto en volver que el resto del grupo lo dio por muerto. Cuando nadie lo esperaba, Kamshout volvió completamente alterado y empezó a relatar su sorprendente incursión en un país de maravillas, más allá en el lejano norte.
En ese país los bosques eran interminables y los árboles perdían sus hojas en otoño hasta parecer completamente muertos. Sin embargo, con los primeros calores de la primavera las hojas verdes volvían a salir y los árboles volvían a revivir.
Nadie creyó la historia y la gente se rió de Kamshout quien, completamente enojado, se marchó al bosque y volvió a desaparecer.
Luego de una corta incursión por el bosque, Kamshout reapareció convertido en un gran loro, con plumas verdes en su espalda y rojas en su pecho. Era otoño y Kamshout -a partir de entonces llamado Kerrhprrh por el ruido que emitía- volando de árbol en árbol fue tiñendo todas las hojas con sus plumas rojas.
Así coloreadas, las hojas empezaron a caer y todo el mundo temió la muerte de los árboles.
Esta vez la risa fue de Kamshout.
En la primavera las hojas volvieron a lucir su verdor, demostrando la veracidad de la aventura vivida por Kamshout. Desde entonces los loros se reúnen en las ramas de los árboles para reírse de los seres humanos y así vengar a Kamshout, su antepasado mítico.
Fuente: http://www.redchilena.com/Leyendas/
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Mitos y Leyendas de Chile
La Tirana (Chile)
Cuenta la leyenda que en el otoño de 1535, salió del Cusco, rumbo a Chile, el conquistador Diego de Almagro, con unos 500 españoles y diez mil indígenas. Entre ellos llevaba, como rehenes, a Huillac Huma, último sumo sacerdote del culto del sol, con su hermosa hija de 23 años, la Ñusta (princesa).
La joven logró huir y se refugió con algunos seguidores en un oasis de la Pampa del Tamarugal, que dominó a sangre y fuego. Ejecutaba sin piedad a todo extranjero o indígena bautizado que cayera en sus manos. La llamaban la “Tirana del Tamarugal”.
Pero... un día apareció un joven y apuesto minero, Vasco de Almeida. La Ñusta se enamoró perdidamente e inventó la forma de demorar su muerte.
Tal era su amor, que, en los meses que siguieron ella se convirtió al cristianismo y él la bautizó. Cuando sus seguidores descubrieron su traición, los mataron a ambos bajo una lluvia de flechas.
Años más tarde, un evangelizador español descubrió entre las ramas de tamarugos una tosca cruz de madera. Enterado de la tragedia, levantó en el lugar una capilla.
La joven logró huir y se refugió con algunos seguidores en un oasis de la Pampa del Tamarugal, que dominó a sangre y fuego. Ejecutaba sin piedad a todo extranjero o indígena bautizado que cayera en sus manos. La llamaban la “Tirana del Tamarugal”.
Pero... un día apareció un joven y apuesto minero, Vasco de Almeida. La Ñusta se enamoró perdidamente e inventó la forma de demorar su muerte.
Tal era su amor, que, en los meses que siguieron ella se convirtió al cristianismo y él la bautizó. Cuando sus seguidores descubrieron su traición, los mataron a ambos bajo una lluvia de flechas.
Años más tarde, un evangelizador español descubrió entre las ramas de tamarugos una tosca cruz de madera. Enterado de la tragedia, levantó en el lugar una capilla.
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Mitos y Leyendas de Chile
La Cueva de los Tué-Tué (Chile)
(Leyenda Mapuche)
A dos kilómetros hacia el oriente de Graneros está el "Cerro Grande", el mayor de todos, cubierto por péumos, espinos y litres, es el último en despedir el sol poniente. Abajo crecen arbustos que adornan las campiñas.
En el pequeño flanco, casi en la cima del monte, existe una cueva en la que entran los viernes, cientos de "chonchones" que se conocen también con el nombre de "Tué-Tué", por ser éste el grito característico de esta ave nocturna, parecida a la lechuza, que encarna a los brujos.
La entrada de la caverna, que antes permanecía abierta, ahora está cerrada. Tiene a su alrededor una pequeña partidura redonda, especie de timbre, que tocan los brujos cuando llegan para abrir la puerta. Han tomado esta precaución, según ellos, porque la gente de hoy es más intrusa y curiosa que la antigua.
Los Tué-Tué, convertidos en brujos entran uno por uno y se van descolgando por la cavidad subterránea hasta llegar al "salón" donde se reúnen y tratan los acontecimientos últimos de su secta.
Concurren a la cueva de "Cerro Grande", brujos de, Machalí, Doñihue, Larmahue, Graneros, Rengo, Rancagua, Almahue Viejo, Rinconada, Cerrillos, Quinta, Coltauco y Tagua Tagua, los que al despuntar el alba empiezan a salir. Su griterío se escucha a lo largo y ancho de la comarca; entonces los pobladores, para que no se acerquen dicen: "Martes hoy, Martes mañana, Martes toda la semana".
Y según las creencias, si alguien los siente y les ofrece alimentos o prendas de vestir, vuelven al día siguiente convertidos en seres humanos a cobrar lo ofrecido y en caso de que no se acceda, la burla es castigada con males o enfermedades que sólo curan las "machis".
A dos kilómetros hacia el oriente de Graneros está el "Cerro Grande", el mayor de todos, cubierto por péumos, espinos y litres, es el último en despedir el sol poniente. Abajo crecen arbustos que adornan las campiñas.
En el pequeño flanco, casi en la cima del monte, existe una cueva en la que entran los viernes, cientos de "chonchones" que se conocen también con el nombre de "Tué-Tué", por ser éste el grito característico de esta ave nocturna, parecida a la lechuza, que encarna a los brujos.
La entrada de la caverna, que antes permanecía abierta, ahora está cerrada. Tiene a su alrededor una pequeña partidura redonda, especie de timbre, que tocan los brujos cuando llegan para abrir la puerta. Han tomado esta precaución, según ellos, porque la gente de hoy es más intrusa y curiosa que la antigua.
Los Tué-Tué, convertidos en brujos entran uno por uno y se van descolgando por la cavidad subterránea hasta llegar al "salón" donde se reúnen y tratan los acontecimientos últimos de su secta.
Concurren a la cueva de "Cerro Grande", brujos de, Machalí, Doñihue, Larmahue, Graneros, Rengo, Rancagua, Almahue Viejo, Rinconada, Cerrillos, Quinta, Coltauco y Tagua Tagua, los que al despuntar el alba empiezan a salir. Su griterío se escucha a lo largo y ancho de la comarca; entonces los pobladores, para que no se acerquen dicen: "Martes hoy, Martes mañana, Martes toda la semana".
Y según las creencias, si alguien los siente y les ofrece alimentos o prendas de vestir, vuelven al día siguiente convertidos en seres humanos a cobrar lo ofrecido y en caso de que no se acceda, la burla es castigada con males o enfermedades que sólo curan las "machis".
Fuente: http://www.redchilena.com/Leyendas/
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Mitos y Leyendas de Chile
El Regalo de los antepasados (Chile)
(Leyenda Mapuche)
Antes de que los Mapuches descubrieran como hacer el fuego, vivían en grutas de la montaña; a las que llamaban "casa de piedra".
Temerosos de las erupciones volcánicas y de los cataclismos, sus dioses y sus demonios eran luminosos. Entre estos, el poderoso Cheruve. Cuando se enojaba, llovían piedras y ríos de lava. A veces el Cheruve caía del cielo en forma de aerolito.
Los Mapuches creían que sus antepasados revivían en la bóveda del cielo nocturno. Cada estrella era un antiguo abuelo iluminado que cazaba avestruces entre las galaxias.
El Sol y la Luna daban vida a la Tierra como dioses buenos. Los llamaban Padre y Madre. Cada vez que salía el Sol, los saludaban. La Luna, al parecer cada veintiocho días, dividía el tiempo en meses.
Al no tener fuego, porque no sabían encenderlo, devoraban crudos sus alimentos; para abrigarse en tiempo frío, se apiñaban en las noches con sus animales, perros salvajes y llamas que habían domesticado.
Tenían horror a la oscuridad que era signo de enfermedad y muerte.
En una de esas grutas vivía una familia: Caleu, el padre, Mallén, la madre y Licán, la hijita.
Una noche, Caleu se atrevió a mirar el cielo de sus antepasados y vio un signo nuevo, extraño, en el poniente: una enorme estrella con una cabellera dorada.
Preocupado, no dijo nada a su mujer y tampoco a los indios que vivían en las grutas cercanas.
Aquella luz celestial se parecía a la de los volcanes, ¿traería desgracias?, ¿quemaría los bosques?. Aunque Caleu guardó silencio, no tardaron en verla los demás indios. Hicieron reuniones para discutir que podría significar el hermosos signo del cielo. Decidieron vigilar por turno junto a sus grutas.
El verano estaba llegando a su fin y las mujeres subieron una mañana muy temprano a buscar frutos de los bosques para tener comida en el tiempo frío.
Mallén y su hijita Licán treparon también a la montaña.
-Traeremos piñones dorados y avellanas rojas -dijo Mallén.
-Traeremos raíces y pepinos del copihue -agregó Licán
La niña acompaño otras veces a su madre en estas excursiones y se sentía feliz.
-Vuelvan antes de que caiga la noche -les advirtió Caleu.
-Si nos sorprende la noche, nos refugiaremos en una gruta que hay allá arriba, en los bosques -lo tranquilizó Mallén.
Las mujeres llevaban canastos tejidos con enredaderas. Parecía una procesión de choroyes, conversando y riendo todo el camino.
Allá arriba había gigantescas araucarias que dejaban caer lluvias de piñones. Y los avellanos lucían sus frutas redondas, pequeñas, rojas unas, color violeta y negras otras, según iban madurando.
No supieron cómo pasaron las horas. El Sol empezó a bajar y cuando se dieron cuenta, estaba por ocultarse.
Asustadas, las mujeres se echaron los canastos a la espalda y tomaron a sus niños de la mano.
-¡Bajemos, bajemos! -se gritaban unas a otras.
-No tendremos tiempo. Nos pillará la noche y en la oscuridad nos perderemos para siempre -advirtió Mallén.
-¿Qué haremos entonces? -dijo la abuela Collalla, que no por ser la más vieja, era la más valiente.
-Yo sé donde hay una gruta por aquí cerca, no tenga miedo, abuela -dijo Mallén.
Guió a las mujeres con sus niños por un sendero rocoso. Sin embargo, al llegar a la gruta, ya era de noche. Vieron en el cielo del poniente la gran estrella con su cola dorada.
La abuela Collalla se asustó mucho. -Esa estrella nos trae un mensaje de nuestros antepasados que viven en la bóveda del cielo -exclamó.
Licán se aferró a las faldas de su madre y lo mismo hicieron los demás niños.
-Vamos, entremos a la gruta y dormiremos bien juntas para que se nos pase el miedo -dijo Mallén.
-Eso sería lo mejor, murmuró Collalla, temblorosa.
Ella conocía viejas historias, había visto reventarse volcanes, derrumbarse montañas, inundarse territorios, incendiarse bosques enteros.
No bien entraron a la gruta, un profundo ruido subterráneo las hizo abrazarse invocando al Sol y la Luna, sus espíritus protectores.
Al ruido siguió un espantoso temblor que hizo caer cascajos del techo de la gruta. El grupo se arrinconó, aterrorizado.
Cuando pasó el terremoto, la montaña siguió estremeciéndose como el cuerpo de un animal nervioso.
Las mujeres palparon a sus hijos, no, nadie estaba herido. Respiraron un poco y miraron hacia las boca blanquecina de la gruta: por delante de ella cayó una lluvia de piedras que al chocar echaban chispas.
-¡Miren! -gritó Collalla. ¡Piedras de luz! Nuestros antepasados nos mandan este regalo.
Cómo luciérnagas de un instante, las piedras rodaron cerro abajo y con sus chispas encendieron un enorme coihue seco que se erguía al fondo de una quebrada.
El fuego iluminó la noche y las mujeres se tranquilizaron al ver la luz.
-La estrella con su espíritu protector mandó el fuego para que no tengamos miedo -dijo la abuela Collalla riendo.
Niños y mujeres también rieron, aplaudiendo el fuego.
El grupo silencioso contempló las llamas como si fueran el mismo Padre Sol que hubiera venido a acompañarlas.
Se sentaron junto a la gruta, oyendo crepitar las llamas como música desconocida.
Al rato, llegaron los hombres desafiando las tinieblas por buscar a sus niños y mujeres.
Caleu se acercó al incendio y cogió una llama ardiente; los otros lo imitaron y una procesión centelleante bajó de los cerros hasta sus casas.
Por el camino iban encendiendo otras ramas para guiarse.
Al otro día, oyendo el relato de las piedras que lanzaban chispas, los indios subieron a recogerlas y al frotarlas junto a ramas secas lograron encender pequeñas fogatas.
Habían descubierto el pedernal. Habían descubierto cómo hacer el fuego.
Desde entonces, los Mapuches tuvieron fuego para alumbrar sus noches, calentarse y cocer sus alimentos.
Antes de que los Mapuches descubrieran como hacer el fuego, vivían en grutas de la montaña; a las que llamaban "casa de piedra".
Temerosos de las erupciones volcánicas y de los cataclismos, sus dioses y sus demonios eran luminosos. Entre estos, el poderoso Cheruve. Cuando se enojaba, llovían piedras y ríos de lava. A veces el Cheruve caía del cielo en forma de aerolito.
Los Mapuches creían que sus antepasados revivían en la bóveda del cielo nocturno. Cada estrella era un antiguo abuelo iluminado que cazaba avestruces entre las galaxias.
El Sol y la Luna daban vida a la Tierra como dioses buenos. Los llamaban Padre y Madre. Cada vez que salía el Sol, los saludaban. La Luna, al parecer cada veintiocho días, dividía el tiempo en meses.
Al no tener fuego, porque no sabían encenderlo, devoraban crudos sus alimentos; para abrigarse en tiempo frío, se apiñaban en las noches con sus animales, perros salvajes y llamas que habían domesticado.
Tenían horror a la oscuridad que era signo de enfermedad y muerte.
En una de esas grutas vivía una familia: Caleu, el padre, Mallén, la madre y Licán, la hijita.
Una noche, Caleu se atrevió a mirar el cielo de sus antepasados y vio un signo nuevo, extraño, en el poniente: una enorme estrella con una cabellera dorada.
Preocupado, no dijo nada a su mujer y tampoco a los indios que vivían en las grutas cercanas.
Aquella luz celestial se parecía a la de los volcanes, ¿traería desgracias?, ¿quemaría los bosques?. Aunque Caleu guardó silencio, no tardaron en verla los demás indios. Hicieron reuniones para discutir que podría significar el hermosos signo del cielo. Decidieron vigilar por turno junto a sus grutas.
El verano estaba llegando a su fin y las mujeres subieron una mañana muy temprano a buscar frutos de los bosques para tener comida en el tiempo frío.
Mallén y su hijita Licán treparon también a la montaña.
-Traeremos piñones dorados y avellanas rojas -dijo Mallén.
-Traeremos raíces y pepinos del copihue -agregó Licán
La niña acompaño otras veces a su madre en estas excursiones y se sentía feliz.
-Vuelvan antes de que caiga la noche -les advirtió Caleu.
-Si nos sorprende la noche, nos refugiaremos en una gruta que hay allá arriba, en los bosques -lo tranquilizó Mallén.
Las mujeres llevaban canastos tejidos con enredaderas. Parecía una procesión de choroyes, conversando y riendo todo el camino.
Allá arriba había gigantescas araucarias que dejaban caer lluvias de piñones. Y los avellanos lucían sus frutas redondas, pequeñas, rojas unas, color violeta y negras otras, según iban madurando.
No supieron cómo pasaron las horas. El Sol empezó a bajar y cuando se dieron cuenta, estaba por ocultarse.
Asustadas, las mujeres se echaron los canastos a la espalda y tomaron a sus niños de la mano.
-¡Bajemos, bajemos! -se gritaban unas a otras.
-No tendremos tiempo. Nos pillará la noche y en la oscuridad nos perderemos para siempre -advirtió Mallén.
-¿Qué haremos entonces? -dijo la abuela Collalla, que no por ser la más vieja, era la más valiente.
-Yo sé donde hay una gruta por aquí cerca, no tenga miedo, abuela -dijo Mallén.
Guió a las mujeres con sus niños por un sendero rocoso. Sin embargo, al llegar a la gruta, ya era de noche. Vieron en el cielo del poniente la gran estrella con su cola dorada.
La abuela Collalla se asustó mucho. -Esa estrella nos trae un mensaje de nuestros antepasados que viven en la bóveda del cielo -exclamó.
Licán se aferró a las faldas de su madre y lo mismo hicieron los demás niños.
-Vamos, entremos a la gruta y dormiremos bien juntas para que se nos pase el miedo -dijo Mallén.
-Eso sería lo mejor, murmuró Collalla, temblorosa.
Ella conocía viejas historias, había visto reventarse volcanes, derrumbarse montañas, inundarse territorios, incendiarse bosques enteros.
No bien entraron a la gruta, un profundo ruido subterráneo las hizo abrazarse invocando al Sol y la Luna, sus espíritus protectores.
Al ruido siguió un espantoso temblor que hizo caer cascajos del techo de la gruta. El grupo se arrinconó, aterrorizado.
Cuando pasó el terremoto, la montaña siguió estremeciéndose como el cuerpo de un animal nervioso.
Las mujeres palparon a sus hijos, no, nadie estaba herido. Respiraron un poco y miraron hacia las boca blanquecina de la gruta: por delante de ella cayó una lluvia de piedras que al chocar echaban chispas.
-¡Miren! -gritó Collalla. ¡Piedras de luz! Nuestros antepasados nos mandan este regalo.
Cómo luciérnagas de un instante, las piedras rodaron cerro abajo y con sus chispas encendieron un enorme coihue seco que se erguía al fondo de una quebrada.
El fuego iluminó la noche y las mujeres se tranquilizaron al ver la luz.
-La estrella con su espíritu protector mandó el fuego para que no tengamos miedo -dijo la abuela Collalla riendo.
Niños y mujeres también rieron, aplaudiendo el fuego.
El grupo silencioso contempló las llamas como si fueran el mismo Padre Sol que hubiera venido a acompañarlas.
Se sentaron junto a la gruta, oyendo crepitar las llamas como música desconocida.
Al rato, llegaron los hombres desafiando las tinieblas por buscar a sus niños y mujeres.
Caleu se acercó al incendio y cogió una llama ardiente; los otros lo imitaron y una procesión centelleante bajó de los cerros hasta sus casas.
Por el camino iban encendiendo otras ramas para guiarse.
Al otro día, oyendo el relato de las piedras que lanzaban chispas, los indios subieron a recogerlas y al frotarlas junto a ramas secas lograron encender pequeñas fogatas.
Habían descubierto el pedernal. Habían descubierto cómo hacer el fuego.
Desde entonces, los Mapuches tuvieron fuego para alumbrar sus noches, calentarse y cocer sus alimentos.
Fuente: http://www.redchilena.com/Leyendas/
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Mitos y Leyendas de Chile
El Trauco (Chile)
El Trauco, es un hombre pequeño, no mide más de ochenta centímetros de alto, de formas marcadamente varoniles, de rostro feo, aunque de mirada dulce, fascinante y sensual; sus piernas terminan en simples muñones sin pies, viste un raído traje de quilineja y un bonete del mismo material, en la mano derecha lleva un hacha de piedra, que reemplaza por un bastón algo retorcido, el Pahueldún, cuando está frente a una muchacha.
Es el espíritu del amor fecundo, creador de la nueva vida, padre de los hijos naturales. Habita en los bosques cercanos a las casas chilotas.
Para las muchachas solteras, constituye una incógnita que les preocupa y las inquieta. Según opinión de unas, se trata de un horrible y pequeño monstruo, que espanta y de cuya presencia hay que privarse, a toda costa. Otras opinan distinto y manifiestan, que si bien es feo, no es tan desagradable, sino, muy por el contrario, atractivo... Otras en lucha tenaz y permanente, dicen haberlo eliminado de sus pensamientos, en los que alguna vez vibró quemando sus entrañas...
Las madres toman todas las precauciones, para evitar que sus hijas, ya “solteras”, viajen solas al monte, en busca de leña o de hojas de “radal”, para el “caedizo” de las ovejas, ues generalmente es en el curso de estas faenas, cuando “agarra”, o con más propiedad “sopla”, con su “pahueldún”, a las niñas solitarias, pero nunca si van acompañadas, aún de sus hermanitos menores.
El Trauco no actúa frente a testigos...éste, siempre alerta, pasa gran parte del día colgado en el gancho de un corpulento “tique”, en espera de su víctima.
En cuanto obscurece, regresa a compartir la compañía de su mujer, gruñona y estéril, la temida Fiura.
Cuando desea conocer de cerca, las características de su futura conquista, penetra en la cocina o fogón, donde donde se reúne, al atardecer toda la familia, transformado en un manojo de quilineja, que en cuanto alguien intenta asirlo, desaparece en las sombras.
A las muchachas que le tiene simpatía, les comunica su presencia depositando sus negras excretas, frente a la puerta de sus casas.
Todo su interés se concentra hacia las mujeres solteras, especialmente si son atractivas. No le interesan las casadas. Ellas podrán ser infieles, pero jamás con él. Cuando divisa desde lo alto de su observatorio a una niña, en el interior del bosque, desciende veloz a tierra firme y con su hacha, da tres golpes en el tronco de tique, donde estaba encaramado, y tan fuerte golpea, que su eco parece derribar estrepitosamente todos los árboles. Con ello produce gran confusión y susto en la mente de la muchacha, que no alcanza a reponerse de su impresión, cuando tiene junto a ella, al fascinante Trauco, que la sopla suavemente, con el Pahueldún. No pudiendo resistir la fuerza magnética, que emana de este misterioso ser, clava su mirada en esos ojos centellantes, diabólicos y penetrantes y cae rendida junto a él, en un dulce y plácido sueño de amor.... Transcurridos minutos o quizás horas, ella no lo sabe, despierta airada y llorosa; se incorpora rápidamente, baja sus vestidos revueltos y ajados, sacude las hojas secas adheridas a su espalda y cabellera en desorden, abrocha ojales y huye, semiaturdida, hacia la pampa en dirección a su casa.
A medida que transcurren los meses, van apreciándose transformaciones, en el cuerpo de la muchacha, poseída por el Trauco. Manifestaciones que en ningún instante trata de ocultar, puesto que no se siente pecadora, sino víctima de un ser sobrenatural, frente al cual, sabido es, ninguna mujer soltera está lo suficientemente protegida...
A los nueve meses nace el hijo del Trauco, acto que no afecta socialmente a la madre ni al niño, puesto que ambos, están relacionados con la magia de un ser extraterreno; quien no siempre responde al “culme”, lanzado con el objeto de alejarlo y escapar de los efectos de su presencia; o los azotes, dados a su Pahueldún, que debería afectarlo intensamente; como en igual forma a la quema de sus excrementos. Su potencia es tal, que en ciertas ocasiones, nada ni nadie puede detenerlo... (Publicación del Dr. Bernardo Quintana Mansilla, “Chiloé Mitológico”).
Es el espíritu del amor fecundo, creador de la nueva vida, padre de los hijos naturales. Habita en los bosques cercanos a las casas chilotas.
Para las muchachas solteras, constituye una incógnita que les preocupa y las inquieta. Según opinión de unas, se trata de un horrible y pequeño monstruo, que espanta y de cuya presencia hay que privarse, a toda costa. Otras opinan distinto y manifiestan, que si bien es feo, no es tan desagradable, sino, muy por el contrario, atractivo... Otras en lucha tenaz y permanente, dicen haberlo eliminado de sus pensamientos, en los que alguna vez vibró quemando sus entrañas...
Las madres toman todas las precauciones, para evitar que sus hijas, ya “solteras”, viajen solas al monte, en busca de leña o de hojas de “radal”, para el “caedizo” de las ovejas, ues generalmente es en el curso de estas faenas, cuando “agarra”, o con más propiedad “sopla”, con su “pahueldún”, a las niñas solitarias, pero nunca si van acompañadas, aún de sus hermanitos menores.
El Trauco no actúa frente a testigos...éste, siempre alerta, pasa gran parte del día colgado en el gancho de un corpulento “tique”, en espera de su víctima.
En cuanto obscurece, regresa a compartir la compañía de su mujer, gruñona y estéril, la temida Fiura.
Cuando desea conocer de cerca, las características de su futura conquista, penetra en la cocina o fogón, donde donde se reúne, al atardecer toda la familia, transformado en un manojo de quilineja, que en cuanto alguien intenta asirlo, desaparece en las sombras.
A las muchachas que le tiene simpatía, les comunica su presencia depositando sus negras excretas, frente a la puerta de sus casas.
Todo su interés se concentra hacia las mujeres solteras, especialmente si son atractivas. No le interesan las casadas. Ellas podrán ser infieles, pero jamás con él. Cuando divisa desde lo alto de su observatorio a una niña, en el interior del bosque, desciende veloz a tierra firme y con su hacha, da tres golpes en el tronco de tique, donde estaba encaramado, y tan fuerte golpea, que su eco parece derribar estrepitosamente todos los árboles. Con ello produce gran confusión y susto en la mente de la muchacha, que no alcanza a reponerse de su impresión, cuando tiene junto a ella, al fascinante Trauco, que la sopla suavemente, con el Pahueldún. No pudiendo resistir la fuerza magnética, que emana de este misterioso ser, clava su mirada en esos ojos centellantes, diabólicos y penetrantes y cae rendida junto a él, en un dulce y plácido sueño de amor.... Transcurridos minutos o quizás horas, ella no lo sabe, despierta airada y llorosa; se incorpora rápidamente, baja sus vestidos revueltos y ajados, sacude las hojas secas adheridas a su espalda y cabellera en desorden, abrocha ojales y huye, semiaturdida, hacia la pampa en dirección a su casa.
A medida que transcurren los meses, van apreciándose transformaciones, en el cuerpo de la muchacha, poseída por el Trauco. Manifestaciones que en ningún instante trata de ocultar, puesto que no se siente pecadora, sino víctima de un ser sobrenatural, frente al cual, sabido es, ninguna mujer soltera está lo suficientemente protegida...
A los nueve meses nace el hijo del Trauco, acto que no afecta socialmente a la madre ni al niño, puesto que ambos, están relacionados con la magia de un ser extraterreno; quien no siempre responde al “culme”, lanzado con el objeto de alejarlo y escapar de los efectos de su presencia; o los azotes, dados a su Pahueldún, que debería afectarlo intensamente; como en igual forma a la quema de sus excrementos. Su potencia es tal, que en ciertas ocasiones, nada ni nadie puede detenerlo... (Publicación del Dr. Bernardo Quintana Mansilla, “Chiloé Mitológico”).
Fuente: http://www.redchilena.com/Leyendas/
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